Arantxa no paraba de matar momentos con su cámara fotográfica. Guardaba en su ordenador la vida como si de una mariposa se tratase en su belleza tras el cristal del objetivo, tras el cristal del tarro de mermelada de la mariposa que ahogada para siempre en su única primavera. Arantxa –como la mariposa de la primavera eterna, del tarro de mermelada- tenía el pelo corto y muy negro. Delgadísima y con unas palabras casi tan afiladas como su mirada, siempre crecían aún más sus enormes pechos en el primer encuentro, invitando a matar el tiempo, y también, por qué no, a imaginar barbaridades en el centro de esa criatura que la naturaleza había dado vida, la misma que ahora buscaba obsesionada que alguien la matase de una vez. Siempre llevaba un libro Arantxa. Leía mucho cierto, pero lo más importante, dotar de una apariencia informada a todo aquel que se colara en su objetivo, el singular sentido del valor de la belleza de Arantxa. Se apagaron las luces y comenzó el concierto. Las primeras caricias en la amplificación de mi guitarra comienzan a sembrar la magia en el pequeño local, y Arantxa no puede evitar empezar a llenarlo todo de segundos azules, en su desesperado intento de convertir en eterno esos momentos ya jamás irrepetibles. Se estaba mojando. No podía dejar de pensar en el volumen del pecho de Arantxa, y ese motivo empujó a mi vanidad para darle fuerte a la guitarra, y en consecuencia, darle fuerte a todas las almas allí presentes, deseosas de que alguien les meta mano bien dentro, que alguien juguetee con sus entrañas y sus sentimientos por unos minutos de una vez por todas, hasta el fondo, como en la feria. Arantxa disfrutaba mucho de este vértigo invisible, y fumaba nerviosa entre la pasión y la desesperación que desataba su pensamiento, que no se decidía a disfrutar simplemente. Arantxa siempre quería más, y nunca era suficiente. Esas fotos serían prolongación de aquella noche, pero jamás serían aquella noche, a pesar de su desesperado intento por cazar mariposas que ya nunca serían mariposas, como ella soñaba siempre, ahogada en su primavera eterna.
La primavera eterna de Arantxa
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Publicado por Miguel Pérez
Miguel Pérez (Málaga, 1976) tiene su primer contacto con la música en la Banda Juvenil de Música de los Colegios Miraflores y Gibraljaire de Málaga, su ciudad natal, en cuyo conservatorio superior se gradúa posteriormente como Profesor de Solfeo, Teoría de la Música, Transposición y Acompañamiento, y Profesor Superior de Tuba. Desde 1990 compone en muy diferentes formatos que publica y estrena por todo el mundo, escribiendo música para radio, televisión, cine, y toda clase de espectáculos. Con Miguel Pérez Consort graba en 1999 Deus Meus, su primer lanzamiento discográfico, al que le seguirá un celebrado monográfico con sus composiciones dedicadas a la Semana Santa de Málaga que graba la Banda Municipal de Música de Málaga en el año 2006. Entre 2010 y 2020 escribe numerosa música para piano que culmina con el disco Treinta Años Escribiendo Música (2020), en el que Miguel Pérez vuelve a grabar una selección de su obra para piano. Afincado en Canarias desde 2007, y después de treinta años dedicados plenamente a la composición e interpretación musical en su sentido más personal, actualmente invierte su tiempo exclusivamente a la labor docente que desempeña como Jefe del Departamento de Música del IES Santo Tomás de Aquino en la isla de Fuerteventura. En los ratos que le sobra, escribe la música que le viene en gana, música que comparte con sus seguidores en Spotify y demás plataformas musicales en la red. Más en https://miguelperez.es/ Ver todas las entradas de Miguel Pérez