Najila

Fali iba ya por el cuarto cigarrillo cuando nos descubrieron nuestro único destino posible, la ruina. Nos lo descubrieron los mismos que en otro momento de nuestra vida nos descubrieron nuestro otro posible destino, un destino mucho menos real, sumamente gratificante, lleno quizá de excesivas esperanzas, con la sonrisa que queda dibujada en la cara aburrida de la felicidad del adolescente arrancada de cuajo sin avisar. Los tiempos, como las cenizas que caían de nuestros cigarrillos, como el polvo que cubría nuestros papeles, como la expresión de la gente por la calle, cubiertas todas de tiempo, cubiertos de tiempo. Fali decidió encenderse un quinto cigarrillo, íbamos tranquilos en dirección a la carnicería, el pequeño establecimiento que ahora estaba alquilado por una china ni joven ni vieja, con cara de pocos amigos, estaba cerca, diez minutos, y lo mejor era no preocuparse. Nuestros únicos problemas posibles en aquellos anocheceres eran las ceñidas curvas de las vecinas de Fali, todas, vestidas ya para el solsticio de verano, las famosas fiestas de San Juan, y no había ya nada mejor que hacer, ya habíamos hablado de todo lo que tenía que hablarse, de todo lo que no tenía que hablarse, y sólo nos quedaba mirar, por la ventana se nos adivinaba la silueta de Ximena, la luz de la lámpara de por entre los huecos de la su persiana, mientras pegábamos bocados de ira a las costillas de oferta bañadas en vino de no más de cuatrocientas pesetas, camino de la carnicería, o imaginar alguna pieza de Ligeti en el fondo del mar. La china movió la ceja de alguna forma extraña al poner el paquete de cigarrillos en la cuenta que a Fali hizo sospechar y revisar el cambio hasta la última peseta. Como siempre, no fue nada. El silencio, las cenizas a nuestro alrededor, el café frío, nos descubrían nuestro profundo fracaso, nuestras profundas preocupaciones eran tan profundas que no interesaron a nadie, el periódico de hacía tres días sin leer, manchado de café. A mí me preocupaba el sonido posible en el silencio, el sonido que nadie escucha porque no se oye, el sonido que golpea las cuerdas de un piano sin martillos, la hora mal puesta en el reloj de la cocina. A Fali lo mismo pero en cuanto a otros sonidos, quizá más explícitos, quizá palabras, o no. Al resto, la forma de sobrevivir, la más digna, entre toda la porquería que crecía a nuestro alrededor, el sonido del poder a cualquier precio, los miles de fuegos iluminando la noche que entraba por los barrotes de la ventana del salón de la casa de Fali. Las mujeres se nos iban adornando cada vez más. Fali y yo íbamos desmenuzando las costillas con los dientes a tragantazos de un vino nuevo, diez duros la botella. Ximena apaga la luz y cierra de un portazo haciendo un leve ruido con las llaves. Celso sirve la cena a su televisor, la playa se inunda de seres vivos en mitad de la noche y no le apetece ver fuego que le recuerde su juventud. Celso es un escritor de monumentos literarios de setenta años, cansado ya de todo, de oír discos de Tete Montoliú, de pescar, de su incansable adolescencia. Fali y yo fuimos en busca de un disco de Tete, necesitaba renovarme. Ximena pintaba mariposas en las aceras, mariposas que borraba la lluvia. Ximena es muy bella, bella musa de Fali. La belleza de Ximena reside en su continua búsqueda de la postura adecuada para atarse los cordones de los zapatos. Ximena es muda, trabaja en un hotel de Nerja, espera una posible oferta para viajar al norte de África. Hacía mucho viento, siempre hacía mucho viento, pero a la gente no le importaba el mar revuelto, no le importaba morir ahogada en una noche tan hermosa. Fue la última vez que toqué en el Cervantes, cuando tiré el abrigo al contenedor de basura, la última vez que usted tocó en el Cervantes tiene gracia, me aplaudía Celso desde el televisor de su salón. Celso es profesor de Ximena en la facultad. A Ximena le gusta mucho Celso. Pero Celso es muy mayor, quizá sabe demasiadas cosas, quizá sabe demasiadas cosas sobre Ximena. Quizá porque Ximena se prostituye en un local de alterne los fines de semana para pagarse sus estudios en la universidad, tiene demasiados vicios y con el sueldo del hotel de Nerja no cubre todas sus necesidades. A Fali no le importa, Ximena respeta sus ideas. Fali, Ximena, y una joven compañera argentina de la clase de Ximena en la facultad, se citan en la casa de Maro de Fali para terminar un concienzudo estudio pedagógico que deben entregar el lunes a Celso, que acude también a la cita para ayudar en lo que pueda. Entre música argentina, mate, vino, y noche, Fali es agasajado por el par de hembras, mientras Celso mira las estrellas y pone en el tocadiscos un viejo verdial. Celso llora, Fali enloquece. En el césped con las dos hembras, se las come poco a poco mientras ellas devoran lo poco que queda ya de Fali a la luz de la luna a la luz ya de las pálidas estrellas de Celso, que en la oscuridad sube y baja de la su boca una mariposa iluminada, corretean bichos nocturnos. Celso fuma un sexto cigarrillo y dibuja mariposas con el humo azul. Ximena se encandila con las mariposas azules de Celso y corre a ver, pero desaparecen de tan rápido que vuelve Ximena a la entrepierna de su compañera de clase, dura más. Fali comparte un séptimo cigarrillo con Celso mientras las dos hembras terminan de amarse, vuelve a poner el viejo verdial que tanto gusta a Celso, se sirve un poco más de oporto. A Celso le encantan los verdiales, piensa Ximena mientras termina una enormísima mariposa azul en una de las piedras del dique diluida por la lluvia. La luz de la farola encendida y apagada en nuestros rostros, la mariposa desaparecida por completo. Ximena mojada. Fali envuelve a Ximena en su fular, regalo de su madre, la invita a celebrar el solsticio de verano con nosotros. Ximena apaga un octavo cigarrillo en el cenicero y se sirve otra costilla de cerdo. Ya no queda más oporto, Ximena se sube a la mesa y comienza a desnudarse desde el fular, es el solsticio de la noche, del pálido recuerdo de verano de Celso en la foto de un viejo libro confundido entre películas en la polvorienta estantería del salón de la casa de Fali, ahogado en el humo de los miles de fuegos de la calle que cuelgan por la ventana para llenarnos los ojos de lágrimas, Ximena se ata los cordones de los zapatos, el espectáculo comienza. En la mesa varios hilos de polvo blanco peinados por Ximena, preparados, Ximena encendida por completo como un fuego de los de la calle. A las doce de la noche encendida Ximena del peinado en la mesa del salón de la casa de Fali lo mismo que un júa. Fali pone el nuevo disco de Tete mientras la lluvia apaga todos los fuegos de la calle. El único fuego posible en aquella noche se nos presentaba en la casa de Fali, donde llovía, aunque de otra manera. La lluvia lo intenta pero los fuegos en la casa de Fali son ya imposibles de apagar, ha llegado la amiga de Ximena con muchas ganas de mate al chocolate, con muchas amigas para jugar a que es de noche y llueve y tenemos frío, con muchas ganas de jugar al escondite. Las amigas de Ximena comienzan a comerse las lenguas, a penetrarse unas a otras, yo y el sofá perdidos de sangre, semen, y mierda, que llenan de luz de la de por entre los barrotes de la ventana del salón de la casa de Fali toda la casa, y ya es de día, y un montón de cuerpos femeninos desnudos y resecos se esparcen aburridos de sueño por el suelo lleno de sol del salón de la casa de Fali. Ximena arrepentida fue temprano a ver a Celso, después de lanzarme un beso por la su persiana, después de la su ducha, Fali dándose una ducha, yo a por churros cerca del túnel. Celso ha dejado de fumar, las mariposas que iluminan la noche le recuerdan su juventud, Ximena escribe a Fali desconcertada. Fali va a besarla, pero Ximena se adelanta. Ximena piensa a Celso mientras besa Fali, lo aparta asqueada para preparar un café. Ya en la cocina Ximena escribe a Fali la edad que tiene, que los pájaros todos ya están muertos, que necesita un paraguas. Fali comienza a susurrarle a Ximena la edad que tiene, dejar quizá la raya del peinado en la mesa, mientras llego yo con algunos churros menos en el cartucho, los comí en casa de Celso. Mientras le descubría mi asombro al encontrar a Ximena en un local de alterne que escondían los hoteles del puerto después de mi última actuación en el Cervantes, después de tirar mi abrigo al contenedor de basura, después de gastar hasta la última peseta en putas con Efisio, otro de mis camaradas. Ximena se enamoró de Efisio nada más verle, cuando la sorpresa le atragantó el chocolate que en el vaso de plástico al verme salir de los servicios con un fajo de billetes de los grandes para Efisio. Efisio ríe hasta hinchar las venas del cuello a punto de reventar sobre la cara de la puta, Ximena, que con los ojos acuosos comienza a temblar sin orden alguno. Entre la escabrosidad, yo decido subir con una tal Nicole al taxi. Efisio aún no sé qué hizo con todo aquel dinero, aún no sé qué pudo hacer con Ximena tan descompuesta. Después de la excitación, regresé al local deshecho, Ximena todavía quería darme una explicación, pero los churros en la mesa ya se habían terminado, y aún Ximena no había respondido a la pregunta que le hice cuando salí de los servicios de aquel garito en mitad del puerto cantando. Fali besa a Ximena enamorado más que nunca, Ximena corre a encerrarse al baño sin terminarse el café a punto de llorar. Después de varias frases algo blandas desde la puerta, Ximena decide dejarme entrar, es lo mejor Ximena. Ya con el llanto reseco en su cara, Ximena se saca uno de sus pechos y me lo pone en la boca, sin explicación alguna. Yo chupo desconcertado, ella gime un leve sonido de placer, su pecho crece, el color rosa de su pecho se torna azul cada vez más, Ximena grita ya de placer, y en mitad del grito me absorbe la boca con sus labios sin darme un respiro. Fali aporrea la puerta, aún más desconcertado que Ximena y yo en la bañera, desnudos, follando como dos adolescentes en pleno desajuste hormonal. Fali corre a punto de suicidarse a casa de Celso, necesita de alguien que calme la mala leche que se le ha formado en las entrañas tan temprano. Ximena y yo volvemos a fumar otro par de cigarrillos del paquete de Fali, los últimos, en la bañera del baño de la casa de Fali, que decidió hacérselo con la amiga argentina de Ximena en su casa de Maro, no es lo mismo, me decía resignado por teléfono, pero le encanta que le muerdan el cuello hasta que la sangre brote. Yo decidí volver al puerto a ver a Ximena. Aquella noche Ximena parecía otra. Con otro vestido, otro maquillaje, me confesó que iba a declararle su amor a Celso, que no podía más, que no le importaba el resultado de su declaración. Yo intenté convencerla del error, Celso sabía gracias a mí del sueldo extra de Ximena, como yo sé que Celso no gusta de determinadas libertades actuales. Ximena comenzó a hablar mientras se volvía a atar los cordones de los zapatos, me confesó que tampoco era muda, que lo del hotel en Nerja era también una tapadera, que allí también se prostituía, con lo que Ximena se formó en mi cabeza como toda una puta, dando un puntapié a la sencilla Ximena muda que todos creíamos haber conocido en algún momento. Ahora comencé a temblar yo, la realidad que creía conocer podía conmigo, Ximena cantaba desentonando la canción que sonaba por los altavoces, mientras dibujaba una mariposa de polvo blanco en la mesa. Las bolas del techo comenzaban a girar, a iluminar mi desconcierto en aquella barra. Ximena ríe hasta hinchar las venas del cuello a punto de reventar sobre mi cara, después de introducir varias mariposas en su nariz. Nunca se llamó Ximena.

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