Anestesia

Nuestra profunda preocupación a lo largo más o menos de toda nuestra vida fue la de poder llegar a multiplicar nuestra personalidad al menos hasta diez sin llegar a confusión para poder así organizar fiestas grandes o más o menos grandiosas en la casa vacía de mi amigo sin necesitar a nadie y sin nadie que nos moleste y así disfrutar de una muchedumbre a pesar de la realidad y anunciarlo en el periódico con una foto así en blanco y negro y como una especie de entrevista más o menos breve porque claro. Claro, uno de nosotros tendría que subir al veinticuatro horas para comprar las veinte botellas de vino para la fiesta, diez para mi amigo y sus otras personalidades, y diez para yo y los demás. Y claro, como no nos decidíamos, los veinte fumando lentamente hacia la gasolinera, cuando me acordé de la carne. Y es que claro, veinte kilos de cordero porque claro. Y allí ya mezclando el humo del cordero con el de los tabacos, porque cada uno fuma una marca distinta, y en medio de dos contradicciones que se multiplicaban por diez los sábados, por entretenerse, porque no les gusta el centro más que a dos de los veinte y claro, otros dos que son así más o menos obsesos que les dio por llamar a una puta ya hartos de cordero y vino, porque dos no beben alcohol, y claro, un par de botellas de vino que no quería nadie que había que aprovechar mientras llamaban o no a la puta. Y la llamaron. Y se presentó allí. Una enorme rubia que decía era capaz de multiplicarse por cuarenta. Total, que hicimos una cola que bajaba hasta las escaleras de la calle, y claro, una cola de veinte taxis que creían clientes allí fumando claro, hasta que la rubia no pudo más y reventó. Los veinte todos a dos nos pusimos muy nerviosos y todos los invitados recogieron sus cosas y se fueron dejándolo todo perdido. Entonces mi amigo y yo nos pusimos a fregar mientras la enorme rubia terminaba de desangrarse en la bañera. Vino la policía y claro, aunque eran veinte todos decían lo mismo, que teníamos que ir a declarar y claro. Nos volvimos a multiplicar yo y mi amigo porque claro, nos parecía divertido, y a ver si nos librábamos del asunto de alguna manera y claro. Total, que vinieron dos furgonetas y nos esposaron a todos y nos metieron a patadas ya sin fumar ni nada y todos bastante tristes y claro, ya no éramos veinte, yo diría que unos doscientos pero maquillados en el aire de modo que el que conducía no se enteraba de nada, y el que contaba chistes que también conducía tampoco, mientras sus diecinueve compañeros que vestían como él y pesaban lo mismo reían a carcajadas más o menos buscando la consonancia con la sirena de la policía local nocturna nueva que ha puesto el ayuntamiento para controlar las pasiones posibles en la juventud mientras la rubia seguía sangrando en el maletero.

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