Cuarteto

METAMORFOSIS O PEQUEÑO ÁLBUM DE FOTOS
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NADINE

Siempre me gustó Nadine. Es como la nada en pequeñito. Y es que a Nadine le repateaba el hígado que le recordaran lo precioso que eran sus ojos azules. Es por esto que yo preferí escribirle una operita entre mis vísceras, porque Nadine me irradiaba tanto respeto, que fijarme en sus ojos me parecía una especie de injuria. Nadine era mala, muy mala. Era deportista, y entre carrera y carrera, respiraba por la flauta produciendo canciones muy bonitas que a mí, a pesar de no haberlas oído nunca, me ponían muy sensible. Me las inventé. Y es por esto que yo escribía música. Me inventaba las melodías de Nadine, por lo que mis partituras gozaron siempre de mucho respeto, algo que nunca percibí en mi empeño en no demostrar lo diferente que yo era a todo. Y vamos, que mucho respeto. Y mucho amor. Y todos medio idos escuchando mi canción. Y entre el público, Nadine. Y entre aplausos, se levanta emocionada incapaz de creer que esa música realmente la produjo ella. Y yo, colador de la belleza, entre cerveza; y entre amigos, me pregunto el apellido de Nadine, y luego se lo pregunto a ella. Y me aburro y le ofrezco un beso, y entre la confusión, sigo sin saber su apellido, porque a nadie le importa. Y ahora Nadine duerme, porque ella siempre está despierta. Y ahora juega. Y ahora a Austria. Madrid. Marbella. Y yo aquí, escuchando Supertramp. Y era lo único que me acercaba su cuerpo. Y Nadine decide olvidar a este pequeño loco, a este pequeño fallo de la sociedad. Y a ratos, decido olvidarme de Nadine. Y me olvido. Y suena el teléfono. Y es Nadine para felicitarme el cumpleaños. Y yo, medio mudo, medio ido, y medio extasiado. Y ahora la llamo, y no. Y otra vez no. Y otra vez. Y en medio de esta negación rotunda un dedo gordo que asoma admirado. Y yo sigo escribiendo, y cada vez sé menos para qué. Pero no importaba. Yo seguía, mientras una ópera fermentaba mi sangre. Y ahora Nadine en Madrid enseñando a correr y respirar sin confundirse. Y yo aquí, enseñando cómo confundirse corriendo sin respirar. Y todo es un desastre. Y voy a Madrid para recibir un aliento, y llamo a Nadine para que lo fotografíe. Pero Nadine está jugando y es imposible. Y ya aquí suena el teléfono. Y es Nadine, que se me confunde con Aída, que está de fondo. Y yo que soy un rey, aunque no mago, la llamo, y ahora aquí, tomando un café. Y los dos, preguntándonos por qué, y por qué, y a dónde vamos por esta vía que no conduce a ningún sitio. Y sin partituras ni nada. Y a dónde. No sé. Pero está rico.

7.1.99
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¡Qué gran verdad!
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La metamorfosis, una transformación dolorosa. Es un dolor tan inmenso que llegas a pensar que nunca acabará.
Te vas transformando poco a poco pero no físicamente sino psicológicamente y te duele bastante la cabeza. Es como si vieras con otros ojos, como si vieras de otra manera. Te miras al espejo pero ese que se ve no eres tú. Piensas, ¿me estoy volviendo loco? o sino ¿Qué me esta pasando? No puedo comprenderlo yo estaba perfectamente y de repente…
Te vuelve a doler, es un dolor intenso que no puedes soportar y que de vez en cuando se calma, pero ese dolor vuelve a doler y cada vez más y más fuerte. La metamorfosis es algo de la mente, si luchas contra ella no te pasará nada, pero ¿Cómo debes hacerlo? ¿Cómo puedes vencer esa batalla? Quizás, debas empezar a pensar en otras cosas, a cambiar de tema. Pero tanto nerviosismo te impide pensar en otra cosa y entonces tratas de dejar la mente en blanco pero tampoco puedes. Ese dolor, esa sensación te invaden de tal manera que no lo puedes remediar.

María Nicolau
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CUARTETO
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«El sueño es el estado creativo más sincero»
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I. ALLEGRO

Cinco por ocho. Para que veas que no es como tú creías, que eres insípida como los demás. Tu acento es como del siglo dieciocho; para eso, mejor hubieras callado, en estos dos siglos no entendiste nada, si algo había que entender. Los siglos son etapas de un conservatorio, donde la gente se conserva como fetos sin solución en probetas mugrientas que lanzan globitos de desesperación. Sí, tú perteneces a esa estirpe; y a la otra, la de los Mégane limpitos rellenos de gasolina con música. Sí, la de las tarjetitas de colores y saludos amables, donde una palabra fuera de tono es una sentencia de muerte hacia el prójimo desconocido (Amigos del infierno S. L.), que mañana tras varias mamadas sin venir a cuento puede o no solucionarte la vida. Pero no importa: sé feliz, pon cara de feliz en todas partes. Cuando sientas morirte: sonríe. Cuando veas que te pisotean: sonríe. Cuando te sientas una mierda: sonríe. En caso de que fueses una mierda, que lo eres, no te preocupes, lo que importa es el interior (pero tú sonríe).

X: Mi conservatorio es del siglo dieciocho. Sé que no es muy actual, pero no importa (sonríe). Soy feliz porque en la Sala de Audiciones (cárcel con música), escucho lo que quiero (Haydn), sin tener que darle explicaciones a nadie. Aunque el otro día tuve una pequeña discusión con un compañero amigo. Le propuse escuchar la Sinfonía de los Juguetes de Haydn que es PRECIOSA cuando ofuscado me rompió los dientes contra la ventana y me ofreció la posibilidad de escuchar Le Mystère de la Sainte Trinité de Messiaen. Tras probar un poquito me di cuenta que me aburría, que sentía igual que una piedra ante esa maravilla. Soy paralítico interiormente.

Yo soy el «compañero amigo». En estos dos siglos no entendiste nada, si algo había que entender (yo no entiendo). Además entiendo que tu entorno te agobie y todas esas cosas, pero yo necesito un café, y si tú no me lo ofreces yo no me lo voy a tomar. Y así una y otra vez, repitiendo, crescendo, accellerando, rompiendo, agonizando, triste, monótono, gris, muere música… mátala piano, mátala, piano, piano, pianíssimo…

Cuatro por cuatro. Ritardando. El cello agoniza porque yo quiero; porque ahora soy un violoncello que gime en forma de dolor, lanza cuchillos en forma de cuerdas, colas de caballo muerto (él tampoco entendía, igual que tú, ¿me pones un café?). Yo. Yo. Yo. Yo. Cuatro figuras en un compás. Aburrido. Troceemos los silencios hasta conseguir música de la nada. Y tú serás musa de nada.

Si tan bonito te parece, ponme un café, y un poco de caballo que sobró de ayer (ayer no existía el cinco por ocho, ya lo sé tonta). Lourdes no me puso un café y no tuve más remedio que ofrecerle un viaje a su lugar de origen. Ahora que no sientes nada danzaremos un valsesito bailador. Sí cariño, un tres por ocho, tu época.

He adelgazado. Soy un violín alterado incorrectamente. Pero no me importa. En el siglo veinte la armadura no vale. Las alteraciones van ocurriendo sin cesar aquí. Allí me gustaría saber cómo suena. Creo que mejor que donde las alteraciones no se toman en cuenta.

Sé que os confundo, por eso mis coincidencias con cualquier loco son premeditadas. Por ejemplo, aquel vomitador de palabras de cuyo nombre me acuerdo, Rafael Campos, me dijo un día que Todo el Nublado entró por la ventana. Yo le dije que no importaba, que yo mientras pudiera seguir observando el Vuelo de Albatros, todo lo demás no importaba. No importaba ni yo. Ahora entiendo qué me quiso decir. Munch pintó El Grito por algún motivo que desconocía pero que se atrevía adivinar. A esta teoría de mi amigo Fali se unieron Cocteau, Stravinsky, y Dalí, que desde la tumba gritaban un tango de Piazzolla, con lo que entendí todo. Antes era distinto, al vino le preocupó el precio antes que a mí. Stacato. Polirritmias premeditadas. Para que veas que no es como tú creías, que tú también eres insípida como las demás. Calla. Estos dos siglos son compases de espera. Ponme un café. Y así… Mátala piano, mátala…

La belleza es extrapolable a todas, así que el amor es un invento de un tal Valentín que cada catorce de febrero viene a reventarnos las pelotas a más de uno. Espero que todo salga bien sin dejar de tomar café; Vocalise suena como para enamorarse de una partitura de Rachmaninov (la belleza es extrapolable). Historia de un Tango (Ché): en esta pieza el amor es lo último. Si usted busca amor, lea el periódico; el amor es a Valentín lo que el mundo de las ideas a Platón (concatenaciones, desgracias), así que dejémonos de tonterías e improvisemos un tango, un invento que Piazzolla desmontó para poder utilizarlo (ataques cerebrales). Ya no sé qué pensar de ti; no sé si pensar, no pienso. Nada (Lourdes). Lourdes (nada). Y viceversa.

A Picasso seguro que nunca le importó el toro. Sin embargo lo pintó. Igual que la paloma. Picasso quería follar. Pero como todo el tiempo era imposible, tuvo que pintar entre polvo y polvo. Pero la paloma también se sintió artista, y el toro, así que se pusieron a joder allí donde pudieron encharcando de pintura los lienzos del artista malacitano («ole»). Si a Picasso le hubiese importado el toro, Picasso no hubiese pintado. Prefirió joder él antes que el minotauro, y yo hubiese hecho lo mismo en su lugar. Mejor pensar en mí. Ahora siento cómo Glass me enfría el cerebro con un pueblo entero de música que se asienta en mi cabeza. No entiendo porqué la distancia es como para caer bien al de allí. Por ejemplo: tres mexicanos conocen a unos malagueños en Madrid (España). Automáticamente se crea un lazo de amistad tan grande que ahoga a todos los tripulantes del barco. Es absurdo pero siempre pasa así. Que si un caldito por aquí, que si unos nachetes por allá, que si Nicole, que si…
(Nicole: extrapolable)
Nicole era alemana. Mi lazo no fue tan grande como lo que sentí entre las piernas de aquella mujer, que no entendió un carajo de lo que yo decía y en venganza me dedicó en alemán. Siempre la recordaré entre patatas fritas (al horno), con alguna salsa mexicana (guacamole por ejemplo). No. No. No estoy para jueguecitos de motos; ni para nazarenos. Aunque por el momento, por una módica cifra igual hasta acepto el papel. Nunca fui actor, pero no importa. Es hora de empezar.

Me preocupas. Me preocupa verte penoso. Me das asco, pero no puedo evitar apreciarte; mi apego a todo lo muerto me asusta. Sí, ya sé que intentas hablarme por el trombón pero es inútil. Eres mudo por dentro. Por muchos instrumentos que te lleves a la boca, nunca podrás comunicarte con nadie. Conmigo sí. Yo te entiendo (pobre). No. No intentes moverte, o te romperás. Sólo puedes dormir entre tus mocos pegajosos. A veces creerás que son triunfos o metas, pero no. Son mocos disfrazados de titulados «amistosos» que te dirán lo mal que lo haces (realidad) por tu bien (siglo dieciocho). Ahora comprendo tu mal estado. Me recuerdas a una cáscara de naranja con bichitos. Esos bichitos son los que te ponen mal sin darte cuenta. Espero que algún día puedas hacerte el loco como yo. A mí no me hace falta hacer piruetas por orden para incluirme en la olla. Yo estoy aquí haciendo lo que me da la gana; nunca sufriré La soledad de un Garbanzo que tú padeces; siempre viviré como quiera, sin que nadie me guíe «por el buen camino». Y, ahora te dejo que tengo que hacer. Espero verte mejor pronto y poder invitarte a tomar un buen trozo de caballo en mi casa de campo. Ya sabes que te aprecio.
(Pobre inútil. Desgraciado. Me recuerdas al «maestro de las corcheas» (clarinetista interino. Vocación: cobrar becas. Aficiones: morirse). Sólo espero que cuando crezcas mates a todos los bichitos a trombonazos, que sepas utilizar la sordina, y cantar, cantar al diablo, que es el único bueno en esta película. El atril está a punto de reventar con tanta mierda. Dejad de organizar concursos estúpidos y enviad el dinero).

– Espero que no te aburras con mis danzas nazarenas
– No que va
– ¿Te gustó entonces?
– Bueno…
– ¿Sí?
– Es mejor que las demás
– Espero ganar el concurso
– Seguro.

Deus Meus
Preludio al Ocaso
Flores Muertas
¿Jesús Cautivo?

A veces no me entiendo. Eso me dijo Lourdes. Que no me entendía. Ella era muy clara. Al menos eso decía ella. Siempre escribí sin planteamientos pesados. Mi peso es suficiente para cansarme. Ahora quiero comer y dormir con mi pueblo cerebral. Si pienso mucho, termino por no pensar, como todo titulado.

Sí, ya sé que mi amigo X no es mi amigo. Pero no me importa, todavía puedo hablar con Lourdes, que aunque muerta, dice más que muchos. Quizá debí esperar un ratito, igual me ponía el café hirviendo, como a mí me gusta. Pero no tuve paciencia, como no la tuve con el caballo. Debía probar aquella carne al igual que la Suite Nº 4 de Bach, y no me quedaba ningún arco vivo. Así que tuve que quitarle la vida al animal. Así, volvería a tener otro arco muerto (minimalismo). El cello sigue gimiendo de dolor, como un caballo agonizando (X). Sí, ya sé que mi amigo X no es un caballo, pero toca el trombón casi igual; la carne está buenísima. Algún día la probarás. Quizá cuando Las Señoritas de Avignon salgan de un cuadro a follarte. Porque todo es follable para Picasso. Cubismo, surrealismo, expresionismo, nublismo, patetismo, -ismo, -ismo, -ismo… Sólo creo que aquí el gerente es un bichito de aquella cáscara de naranja. Precisamente aquí. La cuna del genio («ole»). Picasso vomitaría, dejaría de follar, y moriría si se hubiese quedado aquí. La culpa la tendría el gerente, y tú no hubieras podido probar mi carne de caballo al horno, porque te empecinaste en follar los personajes de un cuadro inexistente. Si es que a ti te pasa algo; lo sé; se te ve en los ojos. Necesitas… si no, no hay música.

Tonos enteros. Trozos enteros de carne que con el humo nos comunica que debemos comerla. Al horno, con patatas fritas, así podré recordar a Nicole (Nicole…). Ahora escucho a Cortázar en una cinta, interpretando unas gotas de agua en una ventana que me recuerdan a Lourdes. Después de mi tradicional visita al burdel de costumbre, un teléfono me sirvió para enamorarme otra vez de ti. Naturalmente, no entendiste nada (si algo había que entender). Hubierais hecho una buena pareja. Sois tan parecidos… Tú en Austria, y él intentando interpretar una gallarda a trombonazo limpio. Lourdes estaba hecha a tu medida, lo sé. Pero no me ofreció un café, espero que lo entiendas (yo no entiendo), aunque creo que mejor acercarnos al bar a tomar alguna copa y dejar de hablar, coger cerillas y gastarlas como días para encender algo que está muerto como tú. Mejor no hablar. No entiendo tu música. No tienes música. No . No hablo con cirios malacitanos, hablo contigo. Inerte, inerte. Me gusta tu nada. Me recuerda a mis musas (Lourdes, etc…). Responde…

A lo mejor estás muerto y no te has dado cuenta. Yo creo que sí, te hablo con el corazón en la mano. A lo mejor crees que sosteniéndome en la mano estás obrando bien, y no. Estás empeorando tu situación absurda hasta tal punto que puede que me recuerdes a Valentín y te ofrezca un viaje. Un PRECIOSO viaje donde morirás a gusto y limpio. Naturalmente, no te acompañarán tus amigos (Infierno S. L. ), en el Mégane a modo de trono, pero ALLÍ encontrarás gente estupenda, sin alteraciones accidentales. Verás a una bellísima mujer con dinero y tonterías que una vez viajó a Austria y se lo dijo a todos sus amigos (hasta los que no lo eran). También podrás montar a caballo (muerto) y tocar el trombón junto a un virtuoso de la nada; un minimalista entre gerentes sonrientes que junto a alguna sociedad (Amigos del Infierno) patrocinan la Semana Santa con un cuadro de Picasso. Yo también estoy en la cuna («ole»). Deja de sostenerme. Eres como los demás. ¿No te das cuenta? Tú también estás muerto/a, se te ve en los ojos.

Sé que os confundo, pero hablo en una dirección extrapolable a todo aquello que está muerto. Ahora lo siento pero debo encender otra cerilla.
Creo que tú hubieras sido una estupenda protagonista para mi ópera.

Close my eyes
Take deep breath
My memories slash

You and I, sweat and sweat
Keeeen… keeen… slowmotion
In my ears… endless echoes
color… empty… colors

Sitting still, listening still
Flowing, wrapped within
Something happens

He is coming. So beautiful
So I can do it well
I´m waiting on the beach

Soon I awake
Thirst and sigh
Dazzling and grow dizzy
Pain… shine

I lick… I gnaw… I devour

Y no volviste a ofrecerme un café (otra cerveza). Esta copa es muy bonita. Es verde. Como la luz que ilumina la vida de un taxista que apagamos cuando entramos en su territorio a sentirnos dueños del volante sin saber conducir. En fin… todo es… una mierda…

Cuando te cansaste de hablar caíste muerto. Dejabas caer de tu boca tu lava interior cansado de una vida falsa en la que tú nunca pudiste escribir tus páginas, tu verdadera música. Ahora suena el violoncello sólo, rozando levemente las cuerdas con la cola de tu caballo. Esto es muy triste. Suena que me rompo por dentro. Me recuerda a los días en los que tú estabas enamorado de aquella cantante de coplas. Naturalmente, tu música no fue suficiente, tú no eras suficiente. Luego con tu orquesta en el Onda Passadena Jazz Club, años veinte, whisky, fin de semana, sueños-vómito… y así mueres un día, y otro, como la cerilla, despiertas muerto en este vertedero de basura donde las cáscaras de naranja son el alimento de unos bichitos miserables. Te gustaría ser bichito. O cáscara de naranja. Cualquier cosa menos lo que eres. Espero que entres por la puerta equivocada, de lo contrario, volveremos a ser cuatro ALLÍ. Ahora la viola llora, se rompe sola entre pizzicatos que son gotas de agua, lágrimas de un Cortázar triste de ver cómo muere lo que él creyó que nunca moría. Aplastamiento de las Gotas en su interior ante un paralítico, una pija, y… un cronopio que se volvió loco después de matar a lo que más quería en este «mundo», su caballo y su mujer. Quizá pienses que soy Picasso, a lo mejor llevas razón, pero si lo fuese no estaría aquí contigo, estaría follando, o pintando tal vez. Quizá soy un toro rebelde, harto de la puta plaza; o una paloma defensora de la guerra; o un cuadro en el que toro y paloma hacen lo que un tal Valentín inventó para engañar a Piazzolla. Tal vez sea Rachmaninov, o Munch… o incluso Messiaen y a lo mejor quiero romperte los dientes contra una ventana. Pero no, yo también me siento mal. A mí me tocó ser lo que fui, aunque nunca quise serlo. Hubiese preferido tener el valor de Stravinsky, ya que las notas estaban ahí… pero no. Me conformé con ciento cuatro sinfonías en las que no dije nada, que yo quisiera decir.
(suenan cornetas y tambores)

– Bach tampoco era católico
– Ya Mario; pero a él no le confundían con un pianista paellero. Y pum.

Lourdes me llamó. La música es extrapolable. También Narciso nos enseña a escribir, a respirar… en definitiva, a comportarnos como personas de una élite a la que no pertenecemos pero que podemos llegar a aparentar. No te preocupes. Con la muerte te darás cuenta de lo falso que has sido toda tu vida. No te empecines en incluirte en la olla, o estás podrido.

– ¿Ganaste con tu danza nazarena torito?
– Sí
– Silvestrillo…
– Los misereres del fin del mundo me parecen una mentira literaria
– Sí… pero es bueno obtener información, si no, serás un provinciano como Glass, un mozo rural, un urbanita…
– Prefiero contaminarme acompañado, que sanar en soledad…
– Sí. Es bueno ganar dinero aquí y allí, y luego saber olvidarte del papel de motorista.
– Yo ahora tengo un capirote
– Bueno… lo que sea… cualquier disfraz vale en este carnaval animalesco.

Cuando Miguel paró de hacer chistes no supe más de él. Supongo que seguirá comiendo naranjas. Él es el ejemplo, una flauta que se queja orgullosa, pero que se queja en definitiva… todo es un miserable intento de aparentar qué, con lo diferentes que somos cada uno y lo iguales que nos hacen los anuncios. Como si a todos nos gustaran los bollycaos… Yo personalmente, prefiero un buen trozo de caballo en mi casa de campo, después un buen café preparado por alguna musa cercana, y un polvito, que eso relaja mucho; después un cigarrillo escuchando cualquier música que me agrade, y dormir. A mí nunca me gustó el fútbol.

– A mí tampoco. Pero como todos aplaudían esta música, yo seguí danzando
– Quizá Stravinsky tampoco hizo lo que quiso…todo es mentira, la ilusión de Picasso fue ingresar en un convento de monjas
– Yo no quiero vivir en apariencia, quiero VIVIR, y que todos vivan conmigo… ¡Dejad de interpretar!

Todo esto no es más que socio-cultura. A nadie le apetece el papel de burro. Pues bien; los burros son los que más follan y los que más cultura tienen, radicales de mierda, cultos de pacotilla, cirios malacitanos, muertos de todo el «mundo», de todas las épocas… ¡Que os jodan si acaso no somos todos los mejores actores en la película del diablo! Ya no sirven todas esas mierdas de la música, y «la otra música», ni la nueva manera de «hacer literatura», ni la bohemia de imbéciles perdidos, ni la vanguardia, ni la prosa, la sonata, o la comparsa de carnaval, para compensar la «mucha cultura» con el «pueblo de burros», que se creen portadores de un «no sé qué especial» y escriben o leen música o literatura, el caso es hacer el imbécil en contra de todo… claro que si todo es esta mierda que nos rodea, prefiero quitarme la vida…

Cuando te cansaste de hablar te tiraste por la ventana de un cuarto piso (sin ascensor). Al otro día, los periódicos abarrotaron sus páginas con semblanzas a tu persona (muerta). La Agrupación de Cofradías te impuso la medalla de oro (muerta) y tu familia lloró lágrimas que no eran precisamente las de Cortázar. Estás muerto, y eso produce un síntoma de bondad divertidísimo, por eso todos lloran. Ahora eres incapaz de hacer algo malo (estás muerto joder), por eso eres bueno (no te queda otro remedio) y la gente llora: ¡Que resucite y vuelva a ser todo lo cabrón que era en vida!

Tu danza nazarena llegó a tocar fondo. Y la Sociedad General de Autores aún no te pagó el mayor espectáculo de tu vida. Yo en tu honor me preparé un mate y volví a pasear. Después de veinte minutos andando, volví a prepararme otro mate. Luego toqué el piano y fue entonces cuando intenté retroceder en el tiempo sin llegar a conseguirlo. Todos mis esfuerzos fueron inútiles. Yo también estaba enfermo, aunque a diferencia de Mario, yo no lo ocultaba. Mi enfermedad involuntaria me la produjo todo aquello que era externo a mí. El mate ya no era buena cura, la música se convirtió en cianuro para mi estómago… y las lecturas me parecían un modo más de apariencia… No sé ni cómo llegué hasta aquí. Quizá sea yo el que deba dirigir este cuarteto, su complejidad no está en las notas, está dentro de las notas, por lo que, más que ensayos, deberíamos de hacer una excursión al psicoanalista a ver qué nos dice.

Al otro día Fluidito y los demás se fueron al psicoanalista, confundieron la puerta, y visitaron sin querer al psiquiatra. Todo fue muy campestre. Y pum. La tortilla de patatas, vinos, y paella recalentada por un pianista cronopio (de Cronos), estaban de muerte. Después Lourdes nos deleitó con un pecaminoso destape que indujo a una amiga suya a hacerle el amor. El espectáculo era embelesador. Aquellos labios hicieron de unos amorosos roces la percusión más húmeda y bella jamás interpretada. Cuatro labios que confunden lo inferior de lo superior y juegan a hacer música y a demostrar que se está vivo. A la tarde, la orgía se hizo general, y el psiquiatra nos regaló entradas para una charla-coloquio sobre El narcisismo en el Cine Fantástico o la Cultura del Un, Dos, tres.

– Vos sos otro tarado de distinta naturaleza; minimalista tal vez,
no sé… prefiero el mate…

Cuando te fuiste a Londres, Miguel me invitó a ciruelas y charla radical antiurbanita. Yo acepté, y lo que en un principio parecía divertido, se volvió triste al final. La agonía de aquel intento de cronopio desnaturalizado por la naturaleza, me parecía recordar la vejez de alguien cercano a mí. Quizá mi amigo el compositor, que una vez se atrevió a escribir las memorias de un cuarteto mitad fantasía, mitad realidad, en el que no había notas, sino palabras, donde se cita mi teoría sobre El Grito de Munch, que comparten algunos muertos de lo contrario. Aquel intento de cronopio estaba casi terminado. Sólo que un día mató a lo que más quería en este mundo, se suicidó, con tal de molestar a la Agrupación de cofradías, ya que no lo consiguió ni haciendo sonar de forma bufonesca una de las melodías scherzantes de una de las películas de Fellini, al que algún narciso tachó de fascista (yo no entiendo). Anteriormente ya resultó para la mayoría divertida la interpretación a modo de jazz de la marcha fúnebre de Chopin. Sólo unos pocos creyeron ver lo evidente, pero ante su corta personalidad, callaron, y se disculparon más tarde por sus malos pensamientos. Mis ojos detrás del escenario no daban crédito a lo que estaban viendo. Aquel pianista estaba utilizando a un teatro entero, haciendo preguntas constantemente al público sobre lo que estaba pasando, y nadie podía adivinar a través de aquella música. Pero todos aplaudieron, nadie lanzó el tomate que el pianista pidió a gritos, quien desconsolado bajó la tapa del piano, observando que en el teatro entero, no había nadie que le superara su osadía.

Y así… Mátala piano, mátala…

Y el piano dejó de sonar para escuchar cómo caían los cuajarones de las vísceras de su amada por el pasillo de la entrada.
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II. ANDANTE

Ya no queda nada. Los ángeles se han cansado de vomitar. Verónica se fue a Londres, a ver qué tal está la soledad. Porque Londres es su cuarto vacío lleno de lágrimas patéticas colgando en las paredes que la encierran en su habitación absurda. Rossler se desvaneció, el cantante calvo dejó de cantar para dar paso a la soledad. Los ángeles ya se han cansado. Y Verónica sigue ahogándose en mate buscando el estado en el que todo el nublado suene a Barber, a silencio… parcelas de silencio, eso eres en mi pentagrama. Sigues en Londres, en Austria, da igual. Los ángeles se quedaron sin vómitos. Lo que continúa es la sangre, tu sangre derramada por toda la ciudad vacía y llena a la vez. Tú también estás enferma, aguantaste demasiado a Rossler, debiste quitarle la vida, nunca paró de cantar, sólo que ahora no está. Ahora canta a la tierra, a los gusanos, a la realidad que todo el mundo quiere disfrazar de Mary Poppins. Los ángeles se cansaron de escuchar los chistes de Miguel y la música de Rafael. Ahora sólo quedas tú, en medio de esta ciudad solitaria que no la llena ya ni un saxofón, ni siquiera una flauta. Londres paró su reloj, se cansó de su regalo de cumpleaños. Verónica también se cansó de escucharlo, de ese minimalismo que es el tiempo, parcelas de silencio. Calderón. Ya no queda nada. Ahora el público espera una respuesta a la pregunta que le hice, siempre es así. Algún día me cansaré de dar respuestas, cuando los ángeles se desvanezcan en un miserere que desde lejos se le escucha a Rossler. Pero no te incomodes Verónica, tú sigue tomando mate en tu soledad, o whisky en la compañía de Todos, como Lourdes. Hubierais hecho una buena pareja. Tú escuchando a Piazzolla, y ella masturbándose con alguna foto tuya. Y X a trombonazo limpio, que ahora retoma el miserere de Miguel después del calderón que los ángeles, utilizaron entre vómito y vómito. Entre polvo y polvo. Picasso respiró a pinceladas. Pintó el amor de Verónica y Lourdes. Y fue cuando el toro mató a la paloma y la plaza quedó en silencio. Y vuelve a sonar el reloj. Parcelas de ti en mi pentagrama… no sé. Quizá debas volver aquí para la Semana Santa, y reírte del Circo de las Moscas, o de Cervantes en un Teatro absurdo. Y viceversa. No sé.

El violoncello está llorando y nadie viene a socorrerlo. Éste solo puede durar días, años, puede ser infinito: el solo del miserere, la soledad de Verónica en Londres, del trombón, de la paloma muerta… La plaza es otro reloj, el toro baila su danza de la muerte dentro de sus últimos minutos. Igual que verónica. Picasso lo supo, pero prefirió joder él antes que el toro. A Verónica le gustó. Y ahora se siente sola, escuchando el miserere y los vómitos de los ángeles intentando hacer música a cuajarón limpio. Como si Lourdes estuviese ahí besando a su amiga para dar celos a Verónica. No; Mario está fuera de todo esto. Mario si que no tiene tiempo. Mario es eterno, como el cosmos de Miguel que Arvo pintó en el silencio de mi pentagrama. Arvo te pintó Lourdes. No fui yo. Yo sólo troceé el tiempo para adornar el silencio con sonidos, pero quien confundió tus labios con los de Verónica en sueños, fue Arvo. Él también está en Londres, grabando la nada. Eso le gusta a Miguel, el pico de la pirámide. Cortázar nunca intentó un nublado en silencio. A él siempre le gustó que el nublado se rompiese para sonar con su lluvia, el nublado que revienta para quejarse de toda esta mierda.

El violoncello también quiere reventar. Ahora la cola de tu caballo rompe las cuerdas con crudos stacatos que hacen que aquel intento de cronopio se vuelva a suicidar en su interior. Ha vuelto a matarse. Pero qué muerte tan dulce. No es como la sucesión de muertes de un clarinetista aficionado a lo profesional. Ese minimalismo es como la nada que grabó Arvo; el miserere de Miguel, la mentira para su cronopio. Ya no queda nada, sólo la cuerda con sordina que se lamenta por los caballos muertos, los ángeles muertos cansados de vomitar, Sonata para el Sueño de un Ángel, que despertará y bajará para comerse las vísceras de aquel clarinetista que creyó estar en una sala de cine vacía viendo Mary poppins, sin darse cuenta que la película terminó, o nunca empezó, y lo que ve mientras se atiborra de palomitas no es más que la película del diablo (el Titanic ahora es un barquito de papel), y no le quedará tiempo para rellenar de gasolina su Mégane limpito con música, ni para ver la porno… Ya está cantando a la tierra, a los gusanos, a la realidad, junto a Rossler, en un patético dúo clarinete-voz.

Los diablos sacan su trono a gritos de desesperación. El sepulcro en el infierno, lágrimas de fuego, se acabó el nublado e palomitas de maíz. Ahí tienes Semana Santa. Toca ahora el clarinete, a ver si puedes (se quema). Ya no suenas a Haydn. Por fin le verás significado a Messiaen. Ya no tendré que romperte los dientes con la ventana, ni te tendré que llevar de excursión a charlas-coloquio. Ahora verás cómo Haydn falseó todas sus páginas para su público sonriente. ¡Sonríe bastardo! ¡Pon cara de feliz en todas partes! ¡Revienta de felicidad!

Al otro día Fluidito y los demás fueron al funeral de un «compañero amigo» (maestro de las corcheas). Y pum. Después se fueron al campo a beber vino, y a disfrutar de otra pecaminosa orgía general capitaneada nuevamente por Lourdes y su amiga. Mientras tanto, Verónica sigue llorando en su habitación en Londres, intentando provocar alguna lluvia en su nublado interior. Verónica recuerda a Mario. Le dan ganas de ir a verle, pero su orgullo le dice que se vuelva a preparar otro mate. Ya habrá tiempo. Mario no tiene prisa; ahora está tomando una cerveza escuchando a un viejo amigo suyo que compone coplas para enamorar a una joven promesa. Y se aburre. Y vuelve a su casa, baja las persianas, y se tumba a escuchar un viejo disco de Chick Corea en trío, cuando le interrumpe un mosquito zumbón para ofrecerle un cigarrillo y una socio-charla. Naturalmente, como Chick no es ambicioso, no se antepone entre Mario y el mosquito, y espera al fin del coloquio para que le escuchen tocar (Mario baja el volumen). Pero no le escucharon; quedó sólo en la casa vacía, pues Mario salió a tomar el aire con el mosquito sin el menor remordimiento de haber dejado a Chick dando vueltas en aquel tocadiscos. Chick estaba triste. Ahora toca un blues. Mario no puso el disco porque tenía ganas de escucharlo, lo puso porque no tenía nada mejor que hacer. Y sigue la música. Y pum. Y ahora Verónica en Londres escucha atentamente el blues de Chick y llora. Y suena el teléfono. Y sigue llorando. El teléfono insiste (es Mario). Pero Verónica prefiere llorar en aquel blues de Chick, al que Mario no hizo ni caso.

Mario mata al mosquito, y decide bailar unos verdiales. Verónica no le comprende y decide llamarlo a su casa de campo para preguntarle qué pasó. Entonces Mario para la fiesta, y coge el teléfono. Al otro lado estaba Chick que llorando desconsolado interpretaba aquel blues como triste por lo ocurrido. Y a la vez Verónica también llora porque aquel blues está lleno de emotividad.

Ahora la primavera interrumpe el blues, que se vuelve bulería, y es ahora cuando todas las calles de Londres se inundan de gitanas que bailan como farotas una descomunal bulería, que hace que los oídos de Verónica se rompan, y se le rompa el corazón, y no tenga otra salida más que el avión a Málaga. Allí todo es más tranquilo en primavera.
(suenan cornetas y tambores)

Verónica visita a Lourdes que en ese momento está tomando chocolate con su amiga. Y después de los saludos, aquellos seis labios comienzan en el silencio las más bellas filigranas sonoras. Después de la visita, Mario recibe la llamada del director del cuarteto, que le avisa de que pronto comenzarán los ensayos del primer tiempo. Y pum. Y Verónica se pone muy contenta e invita a Lourdes a tomar mate a su casa. Como la amiga de Lourdes no sabe dónde vive Verónica, lleva como compañía a Mario, que ya en casa de Verónica se pone cerdo con las tres. Y pum.

Y comienzan los ensayos, aunque Fluidito, viendo el panorama de aquel cuarteto en el que Mario salía mejor parado que nadie, decide que mejor que un cuarteto, un quinteto, para hacer un buen reparto de bienes. Después de calentar, cada uno se coloca en su puesto y deciden afinar los instrumentos. Y se dan cuenta que todo está mal. Todo el nublado entró por la ventana y Fali no tuvo más remedio que llamarme para explicármelo. Mientras él me hablaba, mi cabeza reproducía El Grito de Munch, mientras la Primavera Porteña de Piazzolla, a modo de interferencia, interrumpía el cuadro. Todos estábamos muy preocupados. Así que no tuvimos más remedio que suspender el ensayo, porque la lluvia inundó nuestros cerebros.

Después del intento de invierno en medio de la primavera, paramos todos de llorar y nos fuimos a la playa. Y pum. Estaba vacía. Y decidimos que lo mejor era intentar ensayar allí, ya que las olas nos acompañaban muy bien. Pero ya nada era igual sin el zumbido de nuestro mosquito zumbón; sí, era molesto, pero ahora la música le echaba de menos. Todos nos pusimos melancólicos. Y Mario puso a Chick en una radio a pilas, que poco a poco moría, supongo por la tristeza. Mario ya no es el mismo. Mató a lo único que tenía en este «mundo», su zumbido y su música preferida. Nunca lo valoró hasta que se vio sólo. Y verónica lo acompaña en aquella triste procesión hasta llegar a su apartamento, donde aún quedan algunas botellas de Rioja. Y Verónica y Mario hacen el amor, quizá para no sentirse solos, para darse placer mutuamente. Pero no. Resulta de las escenas más patéticas de este movimiento. El violoncello se contradice con la viola y el público grita una interrogación. Como ya dije antes, me cansé de dar respuestas, así que Verónica se viste, coge sus cosas, y decide volver a la playa, donde comprueba que todos se han ido, y ella vuelve a estar con su soledad absurda. Y no lo soporta. Y se mete en el agua. Y va adentrándose hasta que deja de hacer pie, y comienza a gritar como si alguien pudiese escucharle en aquella playa desolada. Fali intentó dar explicación a Los Gritos de Verónica sin resultado alguno. Aquella desesperación no era lógica, y lo peor es que era contagiosa. Así que Fali decide ahogarse en uno de sus proyectos, que titula Todo el Nublado, y es entonces cuando Verónica para de gritar y entiende todo, ya que a lo lejos se escuchan los gritos de tres locos callejeros que aman profundamente a Piazzolla, y eso le provoca una nostalgia porteña que le hace llorar nuevamente, ahora por otros motivos más coherentes. Y pum. Y Mario se cansa del apartamento y vuelve a su casa de campo para resucitar a Chick en su equipo. Y ahora se escucha Windows que le recuerda a Nicole, y le entra hambre. Y come algo. Y pum. Y decide dormir hasta que el cuerpo aguante.

Y la pesadilla duró días. Escuchaba a Arvo en una sala de conciertos declarando su amor a Lourdes con una viola de gamba. Y Lourdes le dice desde la platea que no le queda café. Y Arvo decide interpretar su miserere con toda la orquesta. Y Lourdes llora, y enlaza sus lágrimas con las de Verónica haciendo el amor desenfrenadamente en los servicios del teatro. Y tú te incomodas y vuelves a tu casa de campo, y decides terminar con el caballo. Y comienzas a tocar la suite número cuatro de Bach, y Nicole llora en Alemania y se masturba frente a Las Señoritas de Avignon de Picasso. Entonces Lourdes vuelve y aparta el violoncello para subirse encima tuya y hacerte el amor. Y Nicole para de llorar. Y suena el teléfono. Y tú no lo coges (es Nicole). Y Nicole decide suicidarse en el microondas. Y muere reventada de calor, y despiertas nervioso para darte cuenta de que todo ha sido una pesadilla, y Lourdes está encima tuya para hacerte el amor como recibimiento a la realidad.

Estaba amaneciendo; y decidís salir fuera a tomar café, porque Lourdes está tan cansada de follar que no tiene fuerzas ni para hacer café como a ti te gusta. Y ya en la terraza os encontráis a Verónica que sigue llorando. Le contáis un chiste de Miguel sobre urbanitas y le levantáis el ánimo, y os vais a comer paella recalentada a tu casa. Y la lágrima de Verónica anuncia su salida que nunca se produjo por culpa de los mozos rurales de otra anécdota de Miguel.

– Sí, ponme un café ahora que se ha ido
– Ya estaba cansada de hablar
– Yo también.

Y volvisteis a la cama a recuperar fuerzas. Pero nunca despertasteis.

Quedasteis aplastados en el tiempo como el mosquito zumbón. Dormisteis en la muerte que os inundaba vuestro cerebro. Nunca pudisteis ensayar el primer movimiento. Vuestros instrumentos estaban en contra vuestra, en contra de la música muerta; el conservatorio lavó el cerebro al mundo entero y vuestra enfermedad involuntaria se tradujo en locura para todos. Ya no queda nada. Lo que continúa es la sangre derramada por toda vuestra ciudad vacía y llena a la vez. Calderón. Y vuelve a sonar el reloj muerto. Y el violoncello en el infinito. A Verónica le gustó. El violoncello quiere reventar. Ha vuelto a matarse. Ya no queda nada, sólo ángeles muertos cansados de vomitar. Los diablos sacan su trono a gritos de desesperación, el sepulcro del infierno, Le Mystère de la Sainte Trinité. Ya no. Y pum. Todo el nublado…
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III. ALLEGRETTO

Quiero ser músico militar. Un, dos. Y tener mi sueldecito. Un, dos. Quiero ser músico militar. Un, dos. Y escribir marchas de desfile. Un, dos. Quiero ser músico militar. Un, dos. Y tener mi sueldecito. Un, dos. Quiero ser músico militar. No quiero ser artista, ni padre de artista, ni escribir fluideces, y pum. Tampoco quiero mate, ni motos, ni capirotes; ni grotescomaquias invertidas, ni cerveza de la mala, paella recalentada, o viajes para-lelos. En definitiva, solo dejadme, un momento sólo conmigo, para poder mirarme y vomitar. Si fuese militar nada de esto ocurriría. No me sentiría Bajo Palio, o juguete de una Chica de Hoy en Día. Estaría todo el día marcando el paso sin saber por qué, y sin importarme lo más mínimo al mismo tiempo (suena la diana). Debo levantarme o vendrán con el agua fría a darme los buenos días, qué manía. Mi madre era más amorosa. Y en Alemania también. El día me recibía no con un buenos días; la alemana susurraba tras la puerta un good morning que sonaba como el café que pasea por tu garganta en la mañana. El día me recibía además con una bandeja llena de panes de distinta clase. Recuerdo que fueron los desayunos más largos de mi vida. Y qué ricas las salchichas. Y pum. Con mostaza que preparaba la señora de la casa para darnos gusto. Qué gusto. La cena era una continuación del desayuno. Y el agua con gas que por la noche te contaba chistes cuando triste te encontrabas; ahí, repuesta, siempre llena. Yo que siempre estuve acostumbrado al aljibe malagueño, aquellas burbujas me parecían como una fiesta a las tres de la tarde. Y pum.

Ahora me pongo mi uniforme y ordeno formar a los músicos a correazos. Un, dos. Y ahora mando yo. Y pum. Y a tocar Bajo la Bandera de la Paz. Y en paz. Y todos a almorzar (¡rompan filas!). Sí señor; en Alemania se comía divinamente. Claro que como yo dirijo la banda no como la misma mierda que los músicos. Yo como mierda refinada. Y tengo un gusto exquisito, aunque en Alemania se come mejor. Ahora el café vuelve al tobogán, se lanza, y pum, cuela dentro, y yo me siento militar. Bajo la Bandera de la Paz. Y en paz. Y pum. Un, dos. Y soy músico militar. Y en paz. Y pum. Y a desfilar. Y a correazos todo el mundo a caminar, que hoy me siento militar. Un, dos. Y en paz. Un, dos…

Hoy tengo convulsiones interiores. El nublado sigue empeorando mi situación. No sé. Quizá deba de tocar Oblivion en la tuba, y marcar el paso con el piano, o viceversa. No sé. Quizá una banda militar. No. Seguro que no. Me gusta la incertidumbre. La seguridad es aburrida, y eso hace que mueras joven. El ministerio te paga las flores y el paseo hacia la tumba diaria, no sé. Quizá un bar. No. Odio los boleros. Y las viejas chochas que te abruman, a ver si le puedes meter el dedo por el oído. Decidido. Mejor esperar aquí, escribiendo, tranquilamente, sin prisas. Aún queda vida. Todavía hay pájaros que cantan sublevándose al ruido de las motos. Claro que tampoco esto es normal. Pero, qué es normal… no sé. Quizá el músico militar, el pianista del bar, el profe del conservatorio… Tengo convulsiones. Yo. Yo. Yo. Yo. Cuatro. En un compás ternario. Sobra uno. Soy yo. ¿Y los demás? Por ahí esparcidos, unos bajo palio, otros en moto… no sé. Pero, hablemos de ti. ¿Qué haces leyéndome? ¿No te da vergüenza? Eso es señal de que ya todo te da igual y crees que sosteniéndome vas a mejorar tu situación absurda. Pero no. Cuando me termines, irás a por otro. Pero ninguno te hablará como yo, tan claro: estás muerto/a. Alguien vivo jamás leería este puñado de vómitos que me produce este nublado que terminará en noche para comernos a todos en la irremediable oscuridad hasta que el silencio engulla todo lo escuchable y las cintas se vuelvan sordas.

¿Hay alguien ahí? No te comprendo. Quizá eres como los cofrades, que no se cansan de escuchar barbaridades, y tú también crees que puedes opinar como si te dieras cuenta de lo que está pasando. Tú no eres un vanguardia. De serlo, reunirías varias maderas en cualquier habitación de tu casa (la calle); luego harías una hermosa fogata, y me lanzarías sin importarte lo que sigue. Pero claro; tú no; tú vas al Cervantes a verte reflejado en Treinta Millones de Gilipoyas, para confundir el escenario del palco, y viceversa. Si quieres teatro, mírate. Tú eres la mayor obra de teatro del mundo. Estás leyéndome sin ganas, y sigues. Eres de lo más falso que ha pasado por mis páginas.

Y bien. Superada la prueba, ¿qué coño esperas encontrar aquí? Esto no es más que una excusa musical para «hacer literatura». Y viceversa. No te sientas mejor, después de terminarme, porque eso te conduciría a un estado de patetismo que podría rozar el lamentable estado de los personajes de aquí. ¿Te sientes personaje? Lo sé. Es culpa mía. Te incluí porque sé que tú también estás enfermo/a. Y ahora te dejo que tengo que hacer. Espero verte mejor pronto, y poder invitarte a un buen trozo de caballo en mi casa de campo. Ya sabes que te aprecio.

Cuando la francesa se marchó, su voz no dejaba de sonar en tu cabeza. Baudelaire en sus labios, era como los labios de Lourdes en los de Verónica.

Ils me disent, tex yeux, clairs comme le cristal:
«Pour toi, bizarre amant, quel est donc mon mérite?»
-Sois charmante et tais-toi! Mon coeur, que tout irrite,
Excepté la candeur de l´antique animal,

Ne vent pas te montrer son secret infernal,
Berceuse dont la main aux longs sommeils m´invite,
Ni sa noire légende avec la flamme écrite.
Je hais la passion et l´esprit me fait mal!

Aimons-nous doucement. L´Amour dans sa guérite,
Ténébreux, embusqué, bande son arc fatal.
Je connais les engins de son vieil arsenal:

Crime, horreur et folie! -O pâle marguerite!
Comme moi n´es-tu pas un soleil automnal,
O ma si blanche,ô ma si froide Marguerite?

Al otro día Jesús vino a mi casa con excusas literarias para obtener otra película de las que a él le gusta. Estaba cautivo, y no se daba cuenta. Fali me lo dijo, y entonces fue cuando esbocé la marsellesa, a ver si Carole regresaba para volver a ver a Cocteau en sus labios. Aquella francesita era como un pecado que se había colado en la Semana Santa Malagueña. Ella debía de estar en París, en cualquier exposición, y yo allí para admirarla, y admirar los cuadros (y Jesús cautivo pelándosela como un loco con Drácula).

Jesús se empeñó en convencerme de que había ojos que hablaban. Yo le dije que no; que entonces los ciegos serían mudos, y eso es muy triste. Pero Jesús es muy cruel, y sigue con su teoría del amor. Yo le intenté despertar con el agua fría que sobró del aljibe, pero todo era inútil. Su enfermedad tenía orígenes de tan distinta índole, que aún no acierto cuál es. Ahora escucho a Carole cantando la marsellesa desde Francia. Yo le doy las gracias, y ella me envía un beso; y Lourdes se encela, y me despierta sobre mí jugando con su lengua en mi boca. Húmedo. Ahora suena el timbre, abro la puerta y es Verónica, llorando. Mario se ha ido al ejército, y eso le provoca un sentimiento de tristeza que nos hace a todos reír hasta tal punto que nos salen lágrimas por todas partes. Y Carole oye las carcajadas desde Francia y nos manda una carcajada por correo. Cuando llegó, la carcajada se volvió lamento. Carole no es feliz. Carole recuerda a su primo, que ahora va al ejército a tocar la tuba. Y todos volcamos los labios hacia el suelo, y todo se pone triste. Y empieza a llover. Y suena una corneta a lo lejos que se acerca. Y es Mario que se cansó del ejército, y volvemos a llorar a carcajadas, y decidimos bajar a tomar algo para celebrarlo. Y pedimos una bandeja llena de salchichas alemanas y una conchita de mostaza, y comienza la fiesta. La mostaza pide cerveza, y nosotros la pedimos por ella, y seguimos llorando, ahora más. Y las carcajadas se vuelven gritos, y los gritos cuadros, y los cuadros lluvia, y la lluvia Cortázar, y el nublado vuelve, pero ahora como siempre, sin motivos aparentes.
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IV. ANDANTINO

Diferenciemos: abril sólo es un mes en el año. Así que hay que aprovecharlo. Al menos eso pensó Verónica En La Intimidad. Antes ya tuvimos oportunidad de matear en mi pequeña habitación con Piazzolla, pero Leticia olvidó sus tapones, y Piazzolla se escapaba por los agujeritos de aquella flauta. Verán, la flauta era nueva, o al menos eso decía ella. Pero no; el vino se suicidó por los ojos de Leticia, que aún no se acostumbraba a la novedad. Fali, como «terapia de choque», comenzó un pregón semanasantero en torno a la nariz de Leticia. Ella se puso triste. No se dio cuenta que llegó la mentira. Y llora, y curiosamente Verónica está entera por vez primera. Y ya en casa de Fali, Leticia hace bajar por su cuerpo a Piazzolla, y después de olvidar allí sus llaves, recupera su monólogo de lágrimas. Yo no entendía nada. Así que decidimos llevarla a su casa, y convertir el cuarteto en trío.

– El amor es un invento de un tal Valentín…
– La historia de un tango…
– Diferenciemos…

El mate hizo que la playa se quedara sola. Sólo tres Siluetas Porteñas se ven a lo lejos en aquella primera noche de abril, describiendo una Danza Cronopiesca de Mike Pérez, el pianista del Rex, que cansado de paellas, se declinó por escribir para flauta y piano aquella tarde.

– ¿Nublismo?
– Suena bien…
– Quizá seamos «nublistas».

Aquella noche decidimos reunirnos en aquella palabra que nos recordaba a nosotros. Quizá éramos nublistas y no nos dimos cuenta. Ya el pasado domingo, preludié en aquel piano para finalizar ese concierto semanasantero en el que lo único que se consiguió fue que la flauta y el saxofón bajaran del escenario para dar paso a las cornetas (suenan cornetas y tambores). Fue terrible. Recuerdo que después de la depresión por haber sido malo, escondí mis penas entre cervezas y avellanas en casa de Fali. Cuando Dani se fue, el cuarteto volvió a convertirse en trío, y decidimos hacer una merienda a las dos de la mañana en los bancos que había frente a la casa de Fali. Verónica estaba cansada de escucharme. Su expresión me recordaba a la violinista de Ché Camerata, aquel grupo de tangos que intentaba reanimar a Piazzolla haciéndole un boca a boca sin conseguirlo. Recuerdo aquella escena en el Passadenas. Ahora veo un cuadro en el que bandoneón, piano, y contrabajo, intentan mantener una conversación. Pero como no pueden, deciden suicidarse por cinco mil pesetas. Esto hizo que el piano se sublevara y traspasara la puerta del bar. Ahora el piano grita por todo el centro de Málaga, obligando a todos los pijillos universitarios a tirar las copas al suelo para taparse los oídos. El piano sigue crescendo, y el espectáculo es iluminado con pirotecnias desde el ayuntamiento. Y Miguel ríe tanto que le da un infarto. Y Rafael es engullido por su ordenador, y ahora comienza a llover. Y las manos del pianista comienzan a sangrar y a desbaratarse sobre las teclas. Y los tímpanos comienzan a estallar encharcándolo todo de gritos y sangre.

A la mañana siguiente, la banda tenía ensayo. Todo tenía que volver a la normalidad para interpretar Hermanos Costaleros. El teatro vuelve a abrir su telón. Pero a Mario no le importa. A Mario no le importa nada. Así, que llama a Lourdes, que está ansiosa por conocer a Leticia. Y Leticia va con Verónica a ver a Lourdes. Y Lourdes se enamora de la nariz de Leticia. Y comienza a chuparla. Y la chupa con tal desenfreno que Verónica se excita, y se ve fuera de juego, y corre escaleras abajo para tranquilizarse. Llega a al playa, y se encuentra a Mario.

– Lourdes se ha enamorado de Leticia
– Ya lo sé. Pero no importa. La belleza es extrapolable y pasajera.

Mario no se encuentra muy bien, y vuelve a su apartamento con Verónica, pone un viejo disco de Tete Montoliú en trío, y se duermen.

Mario observa que entre los barrotes de la ventana regresa el mosquito zumbón, pero ahora más grande y ruidoso. Y el zumbido es tal, que despierta a Verónica. El mosquito está crescendo, cada vez más rápido, hasta que no puede más y revienta encharcándolo todo de mocos. Al reventar, y como programado, suena en el equipo de música el blues de Chick, como triste por lo ocurrido. Verónica rompe a llorar, y Mario decide viajar a Londres con Verónica para ver qué pasó.

Ya en Londres podemos comprobar que la ciudad está sola, que el reloj no suena, y que el silencio es tan grande, que parece que Arvo esté allí haciendo sonar a toda una orquesta en su cosmos. Todo está nublado. Las gitanas tiradas por las calles, cansadas de beber y bailar bulerías… todo nublado. Y a Verónica le dan vómitos, y necesita volver. Y vuelven y se encuentran con las calles cortadas por cristos y vírgenes que exigen pasar por Málaga, aunque sólo sea una vez al año. Y Mario se despierta, y se da cuenta que todo ha sido una pesadilla, y baja con Verónica a tomar café. Luego toman un taxi que les deja en el Cine Alameda, y disfrutan de Prospero´s Book. Tras la película, Mario llama a Fali y le cuenta todo, y Cocteau, Stravinsky, y Dalí, le dan la bienvenida. Y corre a llamar a su amigo el compositor, que estuvo a punto de morir tras la noticia. Pero el infarto se quedó en un intento, y Fali y un humilde servidor se ahogan en su proyecto. Naturalmente, los ensayos del segundo movimiento del cuarteto se tuvieron que suspender por fuerzas mayores; el nublado era tal, que el telediario anunció alerta roja, así que Verónica, Leticia, y Lourdes y su amiga, fueron a casa de Fluidito hasta nuevo aviso.

El proyecto era PRECIOSO, pero todo fue un sueño de Verónica, que ahora se despierta entre mis carcajadas a modo de despertador.

– …precioso es más que bello?
– Sí, pero menos que Carole; Carole es lo más…

Yo me desperté con un saludo de Cortázar, que cantó un tango a las nueve de la mañana. La Semana Santa tocó su fin y todo vuelve a su sitio, todo se ordena para que el lunes llegue como si no hubiera pasado nada. Después de tomar café, vuelvo a estar perdido, y no sé cuáles son mis quehaceres. Seguramente deba ensayar con el piano. Y pum.

Glass está nervioso porque los saxofones se alborotan frente al silencio de Arvo. Pero a Arvo le da igual. Él calla desde que nació. Su nacimiento se produjo sólo psíquicamente. Y Glass se enfurece y ahora toca la pandereta endiablado; una subida de tensión en las cuerdas, y vuelve a las corcheas. Los saxofones ahora interpretan una obra de teatro donde todos hablan y ninguno escucha al otro. Sí, como en mi banda. Además, a lo lejos sigue Glass con la pandereta como llamando a Arvo. Y Arvo le sigue lentamente arrastrándose entre sus babas, que son lo único ruidoso de su insulso ser.

– Ahora disminuyo, confundo, pregunto, y me muero.

Se hizo el silencio. Y Arvo eyacula porque piensa que acabó el mundo. Pero no; la cuerda vuelve ahora tranquila y obstinada; el fagot medio canta, y todo igual hasta finalizar este tercer movimiento. Jamás escuché algo así. Quizá me llame la atención por eso. Ahora el tenor saluda con tres notas que repite en distintas posturas sobre la escala. Parece un pase de modelos. Ahora toma confianza y comenta cosas que no dicen nada, y el oboe y el clarinete lo imitan, ahora la flauta, y todos en definitiva, burlándose del tenor, que ahora disminuye y parece un soprano. Todo se complica sin motivo alguno, al unísono, comentarios insulsos, paisajes nublistas…

Yo mientras, me tomaba un té y me hablaba para entretenerme sobre éstas líneas. Me describía un Concierto para cuatro saxofones y orquesta de Philip Glass.

Y Leticia cambió de tonalidad en su vida y decidió dar vida a una flauta en lugar de dar la suya a un saxo. Pero Leticia en sol sostenido mayor se suicida en su flauta tocando Encinasola, Macarena, y otras piezas de interés. Al menos eso es lo que el señor Puyana le recomendó como remedio a su «locura». Ahora se consuela con el ruido de un barco que escribe la felicidad en mayúsculas. Y el saxofón comenzó una obra de teatro en la que el público lleno de flautas muertas, lanzó tomates de rabia, dolor, y el invento de Valentín.

– Y si usted no quiere asumir su enfermedad…
– Sí, ya, yo…

Leticia nunca creyó en su belleza. Y Lourdes retuvo su invento en silencio para no molestar a nadie. Naturalmente, Verónica, que conoce a Lourdes, se da cuenta y como consolación, le regala su nariz.

– Ya sé que no es la de Leticia, pero pruébala; creo que está rica.

Lourdes vuelve a chupar con el desenfreno que le caracteriza, y ahora el silencio de Arvo se ve entorpecido por los lametones de Lourdes sobre Verónica.

Y ahora veo a Cocteau en los labios de Carole en Francia y me desmayo.

– Yo no sé qué, pero siempre me pasa lo mismo en primavera. La luz lo ilumina todo de tal forma que yo no tengo más remedio que enamorarme; sí, ya sé que suena ridículo, pero es así. Claro que esta primavera no es cualquiera; quizá la Primavera Porteña de Piazzolla, o Piazzolla envuelto en una flauta, o qué sé yo. No sé. Quiero no pensar que me esté acostumbrando a tu sonido; yo soy un simple músico que no debe aspirar a otra cosa más que a hacer música, pero cuando te veo glosar sobre un saxofón que intenta imitar a Charlie Parker sin conseguirlo, y tú, que te rompes por dentro empeñada en cantar sobre un intento de jazz, no tengo más remedio que gritar, a modo de acordes fortísimos sobre el piano (concert d´aujourd´hui, compás setenta y uno). Ya sé que callé mucho, quizá calle para siempre, pero realmente estuve tocando pianísimo para que nadie me escuchara, porque si tú me escucharas y te dieras la vuelta para oír intentos de jazz, el que se rompería sería yo. Ahora te desmayas, y yo me muero; el saxofón resopla como si estuviera encima de un escenario, y yo muero en silencio, en el ruidoso silencio de la banda. Ahora estoy tocando la Historia de un Tango y te invito a pasear en el Titanic, a romper el mundo, y a celebrar mi premio semanasantero. Pero tú lloras; lloras porque te sientes sola. Tu dúo flauta-saxo parece finalizar en un pianísimo interrogativo que prolonga la tristeza hasta no se sabe cuándo. Y yo no tengo más remedio que seguir tocando, esto no es un solo de flauta. Ahora suena el Ave María de Glass y me inundo. Me consuelo con las lecturas de Verónica de Sordos de Rafael Campos, el piano de Mike Pérez, y alguna socio-charla con músicos amables. Todo es mentira. La mentira llegó hace tiempo. El mosquito zumbón sigue siendo amable. Estoy cansado de decírtelo; ya no tengo más tiempo, sólo decirle que aquí me tiene usted si le apetece un socio-café, porque llegó el verano y tengo que irme a la playa.

– La belleza es extrapolable a todas…
– El amor es un invento de un tal Valentín…
– Vocalise suena como para enamorarse de una partitura de Rachmaninov.

Al otro día Leticia desafinó con la flauta, y Fluidito la mató a trombonazos.

Pero este recapacitó los hechos, y dijo ¡no!, y decide retirarlos para tomar una rica tarta de queso con Leticia, que le aseguró que estaba loca, y eso es un argumento incontenible para Fluidito, que procura no confundirse con los cambios de tonalidad.

A veces en el cuarteto hay tal confusión de voces, que no es posible adivinar qué se está diciendo. Pero quizá eso sea lo más bonito, el nublado sin motivos aparentes.

Lourdes se empeñó en ser un saxofón. Y para obtener información, corrió a casa de Miguel, que entre flujos de naranjas del campo de un alumno suyo le dijo:

– Si usted quiere jazz, escuche verdiales. Ahí sí que hay
disonancias divertidas…

Esto dejó confusa a Lourdes, que ahora parece una pueblerina con sus encantos escondidos. Y Mario al lado suya con un gorrito lleno de flores pegando botes como queriendo decir algo.

– Eso es jazz… ¡yeah!

Miguel disfrutaba con el circo que Lourdes y Mario habían improvisado, pero Lourdes llora porque se da cuenta que aquí no hay saxo. Así que corre a casa de Chano, el pianista gaditano, que entre porros le facilitó el teléfono de Pedro Iturralde. Y ahora suena Tribute to Trane en un cadencioso introductorio del tenor, que ahora está entero como nunca. Y Lourdes va tomando forma, y por razones inexplicables Iturralde encuentra en su casa un saxo tenor nuevo, quizá con alguna curva de mujer, por lo que Iturralde no dudó en hacerse con él, para enterrar el del Whisky Jazz Club.

Al otro día todos buscamos a Lourdes, hasta que a la tarde, nos paralizamos escuchando a lo lejos un saxo que nos recordaba su voz, con lo que entendimos todo. Y a Leticia le da mucha pena, y sigue comiendo tarta de queso, porque también le da pena no acabarla.

Llegó el nuevo aviso, y comienzan los ensayos del segundo movimiento del cuarteto. En la ventana se ve al mosquito zumbón, que está fumando porque si no se aburre, así el trono pesa menos. Y a Leticia le dan vómitos y Verónica se la lleva a Londres.

Ya en Londres, Leticia le explica a Verónica que todo es culpa de la tarta de queso, que tanta felicidad no es buena. Y Verónica le responde que todos esos recuerdos son falsos, que todo es un empeño en adornar pero no, todo es mentira. Y Leticia llora, y Verónica la abraza… y yo en Málaga hago el cuatro porque bebí tanto que no sé si aguantaré la procesión de esta tarde.

Verónica vuelve con Leticia algo mejor, y ahora se vuelve minimalista. Un, dos. Mario recuerda el ejército en fotos. Un, dos. Y saca la tuba de la funda, pone un disco de marchas militares, y se pone a desfilar por toda la casa con la tuba colgada. Esto produce carcajadas en Verónica, que no para de tomar mate. Y el desfile sigue, y pegan a la puerta. Un, dos. Y es un compañero de la mili, con el que comenta batallitas entre cervezas y alguna socio-tapa. Naturalmente, eso enfada a Verónica, que lanza el mate al suelo, y se encierra en su habitación para masturbarse en braile. Y Mario se encela y mata a su compañero, rompe el equipo a patadas, y saca a Verónica de la habitación arrastrándola por el suelo. Verónica grita, y los gritos de dolor son ahora gritos de placer. Mario y Verónica hacen el amor, y ahora Chick, como programado, toca a dúo con Tete el Libertango de Piazzolla en una radio a pilas. Y Piazzolla revive desdoblado desde los dos pianos y pregunta a Mario si puede besar a Verónica. Pero Verónica prefiere al Piazzolla de la izquierda que al de la derecha. Y al de la derecha le da un ataque cerebral, y al de la izquierda un ataque de risa, mientras hace el amor con Verónica. Mientras, Mario sale a la playa que está acompañada por su soledad absurda. Pero a Mario no le importa, y decide pasar la noche allí.

Al amanecer, Piazzolla no está más que en la radio, pero Verónica ni sonando. Mario encuentra una nota en la que Verónica le dice que volvió a Córdoba con Piazzolla para ver a su familia. Y Mario grita de rabia, y todo cambia. La casa se vuelve fría, y Mario baja al bar. Allí decide pedir una cerveza y mirarse para vomitar. Mario está cansado. Mario está cansado de todo. Y pide a su creador que lo mate. Y su creador lo pone a escuchar flamenco. Y Mario no puede llorar, porque su creador lo ha puesto feliz a la vera de San Juan. Esto parece un espectáculo. Así que Mario decide llevarle la contraria al autor, y sale a pasear de las páginas del libro. Caminando llega hasta una venta y pide un plato de los montes y una botella de vino. Ahora Mario está hinchado y con un color rojo envidiable. El sol le da de lleno y eso es la felicidad de Mario. Y llega Verónica de Córdoba, y Mario sigue allí. A Mario le han hecho cliente del mes, así que nos vamos todos a la venta a comer y beber para celebrarlo.

Ya es de noche, y todos estamos como nunca. La cerveza corre como ríos por nosotros, fresquita, burbujeante, y pum; descorchamos una botella de champán como preludio a la orgía que se producirá más tarde en el apartamento de Mario. Y Piazzolla rompe pianos como nunca, y Charlie Parker saxofones a puntapala. A la mañana siguiente, nos despertaron los pájaros de Messiaen como avisándonos que había que ir al campo. Todos nuestros cuerpos desnudos quedaron iluminados mezclados entre la mierda, la sangre, y la leche.

Al despertar supe que la flauta dejaría su locura para volver al tema principal junto al saxo. Supe que este era nuestro último ensayo, nuestro pequeño idilio se terminaba, así que no pude dejar de decirte cómo estaba mi música últimamente. Ya no nos esperan en Lisboa, ni queda música para enlazarnos… el saxo recobra vida, y yo recobro muerte. Recuerdo en el Passadenas, cuando Fali y Verónica se unían sobre mi música, mi música rota, aquella noche, nublada sin motivo alguno, engullida por el dolor… no sé. Y tú allí, con tu sonrisa, que desmoronaba aún más mi armonía, con aquella cantante improvisada que me inventé para intentar divertirme sin conseguirlo. Sí, me destrocé por dentro mientras el piano lloraba notas, ya que no me quedaban lágrimas. El sueño se cumplía, mientras yo bailaba sin bailar, reía sin reír… Al amanecer tu cara me dijo todo; a lo mejor debí esperar, pero quizá este sería nuestro Último Café, Café 1930, Piazzolla llora… y Cortázar me consuela con un mate que prepara Verónica para animarme… No sé. Jaque mate. Mis sueños siempre se cumplen. Sólo ahora Leticia cree en los sueños. Coda. Esto se termina. Este improvisado Café 1998, este poemilla de Cyrano, vuelve a consolarse entre sus neurosis, sus egocentricidades, y locuras varias para calmar el detector de sentimientos que le colocaron en la empresa donde lo fabricaron.

Siempre hay alguien desterrado en la olla. Alguien que percibe cosas que otros dejan escapar por pereza o vergüenza. Mario percibió tanto que necesita vomitar. Su musiquilla de abril dejó de sonar. Sólo se escucha el tocadiscos dando vueltas, y la aguja obsesionada en rayar lo irrayable… no sé. A Mario se le acabó todo, a Leticia le queda una ilusión menos, el Titanic se hunde… y Baco saluda a lo lejos para avisar que aún quedan algunas botellas de vino, aún es posible que se salve alguien. Ahora el mosquito zumbón fuma aburrido, pero ahora con una finalidad puramente estética que hace que los cerebros se derritan por las calles de Málaga, la plaza de la mierda… no sé. Quizá esto no es más que un botellón organizado por Jesús Cautivo, que también se ha aburrido y quiere volverse loco a conciencia para sobrevivir en su muerte. El cigarro se está acabando, y suena el teléfono. Y es Leticia que llama para preguntar si puede invitar a cuatro mil mosquitos a comer en mi cabeza. Yo le digo que sí, que no importa. Y pum.

Vuelvo a sentirme «artista». Vuelvo a morir, a sangrar en seco, a llorar dentro, y a tocar el piano a modo de lágrimas. Sí, pongo música a todos mis amigos, me suicido para ellos. Claro que, ahora que me doy cuenta, para mí morir es más fácil, mi muerte diaria me la produce todo lo externo a mí. Ahora Leticia vuelve a dar saltos y nada, el mosquito quedó ciego hace tiempo; y yo le hago señales de humo y recibo sonrisitas y pum.

Ya sonó el último tiempo; el Concierto de Hoy acaba de finalizar; punto y final.
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V. PRESTO

Y pum. Y pum. Y pum.

– ¿Con líneas o sin líneas?
– Sin líneas; si no me emociono.

Y pum. Y pum. Y pum. Quiero reflejar todo lo mejor de mí. Como los palomos. Así todos seremos más felices entre chalalalas y pum. Ahora escucho historietas, y Verónica llora porque su coche intentó suicidarse escuchando un intento de tristeza en un momento poco apropiado para su salud. Ahora no sé de qué se habla… el nublado para por momentos; y yo aquí con mi cerveza y algunos cigarrillos… no sé.

– Qué te parece, ¿te gusta?
– ¡Presto, presto…!

Ahora la gente se saca piedras de los bolsillos y mi entendimiento se paró. Quizá mi problema se centre en el Andante para piano y orquesta de Mozart que escuché esta mañana en un momentito de nublado que entró por la ventana de mi cuarto. Esa musiquilla no era de Mozart…: ahora hacemos una salsita de limones: limón frito con un chorrito de aceite de oliva, importante; pasas, nueces, moscatel, y una pizca de pimienta, y un pegote de roquefort. Cocción, todo revuelto siempre. Y masticada con la muela derecha produce un gustito muy especial. Pruébelo. Ya verá qué bueno. Y pum. Se terminó la cerveza.

Ahora comienzo a saborear patatas a lo pobre, una receta de Cristóbal, que un día vino a una de mis sesiones en el Passadenas, en la que yo acompañaba al piano a una cantante que no terminaba de suicidarse. Cristóbal escribió unos versos en los que me pedía que la matara con el piano. Lo que Cristóbal no sabía es que aquella noche mi música era un tiroteo constante, aunque no sé si es que apuntaba mal, o las balas eran de juguete, lo cierto es que la cantante sigue ahí, demasiado viva… (no hay nada mejor que regar las patatas a lo pobre con un vino dulce). Pero Mario se aburre, y se le cierra el estómago, Verónica se cansa de volar, Cristóbal pide un baile en silencio, y Mike Pérez come para no dar demasiada trascendencia a la situación. Todo es mentira. Ahora Mario está muerto, y el sol ha salido. Mario murió a causa de una ceguera. Le pusieron tantas nubes que cuando llegó la luz no estaba acostumbrado. Él estaba nublado, pero sin motivos aparentes. Claro que cuando el nublado voluntario, se convierte en obligado, es como un intento de bajo obstinato. Silencio. La música se para, se va muriendo. Calderón. Ahora la música se centra en unos graves que no nos dicen nada. Es música blanca. Esta Sinfonía Nublista se está acabando. Mike Pérez se está acabando. Se cansa. Se cansa de comer paellas. Se va a Lisboa, solo, como siempre, con su nublado particular transportable, con su nube de música, con sus silencios, con sus nadas; ahora escribe un tango que tituló Chau Verónica, porque para Mike Pérez existen las mujeres, y luego Verónica, porque Verónica está aparte de cualquier mujer, Verónica está aparte de todo.

– No se canse de volar, aún no comenzó. Vuele sin motivo, sin
Dirección. El vuelo no es extrapolable a todo. No se canse,
prepárese un mate… y pum.

Ahora reviso algunas fotos en un álbum que protagoniza el pato Donald; todo esto me trae recuerdos que, sé que la mayoría son mentiras, o intentos, o ganas de adornarlo, pero sea lo que sea, en esas fotos sonaba mi música, se sentían los versos de Fali, en definitiva, se estaba tan vivo, que se tenía uno que inventar alguna nube, algún nublado para contrastar.

(Reexposición)

Para que veas que no es como tú creías, que tú también eres insípida como las demás. Calla. Estos dos siglos son compases de espera. Ponme un café. Y así… Mátala pino, mátala…

En el reloj de la cocina es más temprano. Allí no hay tiempo. Ahora suena España de Chabrier, como si la banda entera se alzara a volar.

Ahora el público espera una respuesta a la pregunta que le hice, siempre es así. Ya no. Y pum. Todo el nublado…

Mario ha muerto. Mike Pérez se suicidó en su piano. Verónica no para de llorar, llora, llora, llora…

Todavía hay pájaros que cantan sublevándose al ruido de las motos. Claro que tampoco esto es normal. Pero, qué es normal… no sé. Quizá el músico militar, el pianista del bar, el profe del conservatorio…

Ahora el conservatorio es arrancado del suelo por el nublado, y ahora flota en el mar, entre lluvia, y tormentas de dolor, tormentas de mentira…

– ¿Nublismo?
– Suena bien…
– Quizá seamos «nublistas».

En el reloj de la cocina es más temprano. Verónica no para de llorar. Ahora el conservatorio flota en el mar.

Mario está muerto, y el sol ha salido. Mario Murió…

El sol ha salido.

Perdonen pero debo de ir a un funeral. Tengo muy pocas ganas, así que pondré este signo de repetición para que este último movimiento no sea tan breve. Espero que no tengan problemas en los ensayos. Cadencia. Doble barra.

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