Aviones de papel para dos amigos de la infancia

El cielo lloró estrellas brillantísimas,
convirtió al día en la noche como en un parto.
El mar nocturno revolvió en una enorme iluminación azul
al que dejó ciegos
a los miles de pájaros que por allí volaban buscando calor,
buscando alimentos desesperados.
Un tsunami de estrellas
podridas de tanto brillar
se clavó en el mar,
en sus corazoncitos destrozados de dolor punzante,
atragantados de la tanta verdad
en un collage de inocencia infantil,
como en los escudos de oro de los muñecos de los niños,
que los ahogara para siempre sin compasión
en la su dantesca sinceridad sin saberlo
atormentados sin saberlo de una sola vez y para siempre
de hasta el fondo mismísimo eterno del amanecer más profundo…

A Félix Francisco Casanova

El día en el que mi dulce sangre se mezcló con la tuya,
en el que decidimos compartir nuestras arterias
para alargar el paseo por un puerto marítimo,
se me multiplicaron las pulsaciones para siempre.
Y no fue por culpa de mi casera de la calle Arcos,
ni fruto de las decisiones de un nuevo ministerio
o una empresa de paquetería en crisis.
Fue por el sonoro color vivo de tu sonrisa,
por el brillo tierno de tus ojos,
cuando leíamos a Félix Francisco Casanova…