Azucena

Ya era la cena y había que cambiar la hora porque ya era invierno y empezaba el frío. Hacía un frío tan grande que la madre de Azucena cerró las ventanas con tanta rabia como nunca antes. El frío había entrado tan de golpe que temía que Azucena se hubiera resfriado. Quizá pudo haberse atragantado con la tortilla pero aquella tos no eran las toses normales de atraganto y la madre de Azucena sabe diferenciar bien lo uno de lo otro y comienza a preocuparse y a sudar frío y corre a cerrar la ventana vaya a resfriársele su niña porque ya era invierno y claro. Bajando las persianas recordaba cuando su padre goloso desayunando una morcilla que le había traído del pueblo su nuera se atragantó de avaricia temprano mientras todos dormían en la casa y él se ahogaba solo con el pellejo en la garganta de la morcilla de su nuera en mitad del desayuno. La cuñada de la madre de Azucena era gorda tan gorda que su única conversación con el padre de la madre de Azucena rondaba siempre el matadero del pueblo y claro el padre de la madre de Azucena se ponía tan feliz como cuando murió mientras la madre de Azucena soñaba con su retoño entre las piernas y el ombligo a punto de inflarle la felicidad. Fue tal el golpe que hizo llorar a Azucena del susto mientras su madre la cogía para llevarla a la cama y el llanto crecía. El llanto ya era enorme. Cuando se le cortaba la lágrima por culpa de las toses el llanto disminuía para luego hacerse más grande como un bandoneón respirando. La madre de Azucena comienza a preocuparse. Está sola y ya no sabe si ha sido la tortilla o el frío del invierno. O un aviso para cambiar la hora. No sabe de dónde sale tanta rabia pero el llanto crece desmesuradamente y se le crece la preocupación. A lo mejor un postre. La madre de Azucena deja a la niña en el sofá del salón al lado de la estufa con la tele encendida y corre a la cocina a por el cesto de la fruta porque la tos ahora crece a la par que el llanto y no se escucha ni al del telediario de avisar que hay que cambiar la hora porque hace frío. La madre de Azucena está histérica. En el cesto sólo hay mandarinas. Corre a casa de la vecina a por plátanos pero la vecina no está. En el frigorífico queda un poco de sandía del mediodía pero claro. A la madre de Azucena no le importa tener que limpiar de pepitas la tajada pero a pesar del sacrificio de su madre la niña se decanta por las mandarinas gordas de invernadero. Y la sonrisa enciende el rostro de Azucena y moja los ojos de su madre mientras pela la mandarina y gajo a gajo mirando el telediario al lado de la estufa felices madre e hija terminando la cena. En mitad del telediario la madre de Azucena recuerda cuando la noche antes de que su padre muriera entre los pellejos de la morcilla de su cuñada recogiendo mandarinas cuando todo era campo y la estufa era una chimenea de leña su padre la agarró por detrás en un descuido pelando mandarinas. El recuerdo le moja otra vez la cara mientras mira a Azucena que no para de tragar en el silencio. Bueno alguna tos pero ridícula. Y le vuelve el recuerdo a la madre y se excita mientras se echa un gajo a la boca y la niña sin entender que se lo arrebata porque es el único que queda. La madre de Azucena vuelve a la cocina con la sandía sin pepitas en el plato y la mete en el frigorífico cuando pegan a la puerta y los anuncios vuelven a la tele que hipnotiza a Azucena. Y es la vecina que es que ha estado en un cumpleaños y que ha escuchado el mensaje del contestador con un ramillete de plátanos entre las manos. La madre de Azucena ríe y la invita a pasar a fumar algunos cigarrillos y a mirar la tele bajito. Azucena es introducida en la cuna como dios manda y duerme con su cajita de música mientras su madre se dispone a divertirse. En el salón la vecina ya ha puesto música sugerente y apartando la mesa comienza a moverse. La madre de Azucena también pero algo retraída. La vecina se acerca mucho bastante y agarrándole la cintura comienza a bajar las manos por el cuerpo de la madre de Azucena que se sonríe picarona mientras le muerde un labio. Y la tos de Azucena es tan grande que supera la música y su madre corre a ver qué. Y sólo la cajita de música ya muy lenta y su niña entre las mantas. Vuelve al salón y su vecina desnuda llamándola a la música. Azucena sigue tosiendo pero leve. En la garganta de Azucena un hueso de mandarina se desliza confuso. La última mandarina del cesto era del campo de la vecina y en la confusión un hueso que se desliza. En el cuerpo de Azucena algo crece. Ahora la tos son los gemidos de su madre con la vecina en el salón mientras algo está creciéndole dentro a Azucena dormida que sueña con su retoño sin saberlo. Y sueña con su padre abuelo sin saberlo. Y sin saberlo se despierta pidiendo el desayuno llorando y ya no hay tos. Y corre su madre y deja de cambiar la hora a los relojes para acariciarle el amanecer a su niña. Su niña que hoy ha despertado con un inmenso pelo largo y unos hermosos ojos verdes.

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