Mario resucitó de entre las hojas. Ya no le preocupaba la forma que pudiera tomar el cielo. Todos estaban inundados de hojas y a Mario dejó de importarle. Dejó de importarle porque su existencia ya estaba asegurada y no le preocupaba nada más desde que comenzaron a caer las hojas al agua. Allí en mitad del océano sabía Mario que ningún avión se estrellaría, o sí. Ningún barco pasaría a recogerlos ni a hundirse. Nadie saludaría amablemente al amanecer con el periódico en la mano colocando unas deportivas gafas de sol en la mirada que amablemente observaría a Mario. La fauna allí era inexistente. Algún grito en mitad del agua despertó a Mario que aún seguía flotando en mitad de todas aquellas hojas que hundieron a los que un día Mario dio demasiada importancia. Alguna alarma de coche. Algún grito. La existencia estaba asegurada al menos hora y media entre todos los que inundaban a Mario de repente. Una hermosa criatura que se sienta al lado de Mario parece querer comenzar una conversación. Cuatro mil soldados comienzan a desfilar. Una guerra. Allí todo era cemento sobre el que por las noches al borde del otoño se proyectaban cosas que Mario sabía que eran mentiras. Charcos de sangre. No había nada mejor que hacer que hablar con aquella hermosa criatura. Un avión había estrellado por fin. Mario comienza a interesarse por el cemento. De pelo ondulado y con algún que otro bucle en la cara de mirada absorbente Mario se enamora de la hermosa criatura poco a poco cada vez más. La conversación intenta tomar forma sin conseguirlo. Mario se despista y no consigue mantener el hilo que la rubia llevaba horas intentando con Mario que decide mirar por la ventana al cemento con la mirada húmeda por la hermosa criatura que comienza a aburrir y empiezan los recuerdos y empiezan las letras del final de la película. Mario llora. Mario vuelve a estar solo. La rubia se ha marchado húmeda igual que su mirada. Y los ejércitos también húmedos flotando en el océano. Y el cielo que se enrojecía cada vez más flotando sobre la lluvia húmeda intensa en aquel otoño que bordeó mi alma.
Cuatro mil soldados
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- Miguel Pérez
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Publicado por Miguel Pérez
Miguel Pérez (Málaga, 1976) tiene su primer contacto con la música en la Banda Juvenil de Música de los Colegios Miraflores y Gibraljaire de Málaga, su ciudad natal, en cuyo conservatorio superior se gradúa posteriormente como Profesor de Solfeo, Teoría de la Música, Transposición y Acompañamiento, y Profesor Superior de Tuba. Desde 1990 compone en muy diferentes formatos que publica y estrena por todo el mundo, escribiendo música para radio, televisión, cine, y toda clase de espectáculos. Con Miguel Pérez Consort graba en 1999 Deus Meus, su primer lanzamiento discográfico, al que le seguirá un celebrado monográfico con sus composiciones dedicadas a la Semana Santa de Málaga que graba la Banda Municipal de Música de Málaga en el año 2006. Entre 2010 y 2020 escribe numerosa música para piano que culmina con el disco Treinta Años Escribiendo Música (2020), en el que Miguel Pérez vuelve a grabar una selección de su obra para piano. Afincado en Canarias desde 2007, y después de treinta años dedicados plenamente a la composición e interpretación musical en su sentido más personal, actualmente invierte su tiempo exclusivamente a la labor docente que desempeña como Jefe del Departamento de Música del IES Santo Tomás de Aquino en la isla de Fuerteventura. En los ratos que le sobra, escribe la música que le viene en gana, música que comparte con sus seguidores en Spotify y demás plataformas musicales en la red. Más en https://miguelperez.es/ Ver todas las entradas de Miguel Pérez