Ana había dejado de caer trozos de sangre por el suelo, pistas para Luis, las que Luis no vería por culpa de su ceguera. Luis sólo veía la sangre de Ana cuando estaba húmeda, cuando lubricaba su sexo fresca mientras húmeda Ana mojaba de lágrimas las pupilas de Luis, que ahora recuerda el sexo de Ana la humedad de Ana cuando imagina escenas tórridas mientras persigue el trazo imaginario que se sitúa entre la parte húmeda de las lágrimas de Ana en las esquinas de los folios de las oposiciones y los esquemas resolutivos de tanto párrafo y los otros esquemas que Luis ha pintado en un trozo de su corazón para poder seguir viviendo sin Ana esas ecuaciones que Luis ha tardado meses en calcular haciendo constantemente uso del número pi para no desaparecer dentro de sí mismo y existir, algo que a Luis siempre le ha importado demasiado, colgar las ecuaciones para existir por las paredes de su habitación, como las notas adhesivas que se multiplican en el marco del escritorio del ordenador de su recientemente desaparecido padre. Por culpa de la infancia de Luis rodeado de la filosofía de todos esos existencialistas que colmaban la biblioteca de su madre Luis ha devorado constantemente sin saberlo toda su vida toda su existencia gris los libros de Sartre. Ahora Luis se hace unos huevos fritos y recuerda a Mario cuando se montaba en el coche con el cigarrillo de marihuana en los labios, el sonido del fuego cuando Mario desapareció del fuego de Mario y Ana por los aires la sangre y el olor a carne quemada en las barbacoas con los del instituto y las canciones con acordes desafinados que servían como colchón a unos besos que nunca ocurrirán. La madre de Luis no soporta a Luis, se satura de su existencia y es por lo que el marido de la madre de Luis se quita la vida. La madre de Luis es escritora y relata lo sucedido a Mario en unas líneas no muy inspiradas que hacen que su carrera se desenlace cuesta abajo y sin frenos, algo que a Luis le produce felicidad mientras saborea la textura de los huevos fritos que acaba de preparar con una pizca de sal, los colores y aromas de los huevos fritos recién hechos resbalando por la barbilla de Luis en un pequeño suicidio hacia la ropa impregnada del humo de los cigarrillos de marihuana que invaden la cocina de la casa de Luis. Luis deja arrancar un par de lágrimas recordando las últimas risas de Mario, los gritos de dolor de Mario cuando el accidente el olor a carne quemada la fogata de la última fiesta de la clase en la playa, los pechos desnudos de Ana en su boca. El padre de Luis era funcionario y alimentaba la existencia bipolar de la madre de Luis que en realidad no era la madre de Luis. Mario era hijo de la madre de Luis sin que nadie lo supiera y es por lo que la madre de Luis se satura de Luis que no es hijo de la madre de Luis sino del padre de Luis el enorme hombre gris de horario fijo y vacaciones estables de existencia gris que hace que el corazón bipolar de la madre de Luis intente a menudo latir de un modo estable sin la presencia de Mario. Mario nunca supo que era hijo de la madre de Luis, Mario tuvo relaciones sexuales con la supuesta madre de Luis que llenaron de ganas de morir el alma del padre de Luis que llenaron de lágrimas de placer los ojos de la madre de Luis. El padre de Luis no soportaba aquella situación estúpida, los ojos del padre de Luis comenzaban a gritar en un idioma desconocido al ocultar sus escarceos sexuales con la joven Ana aquella que nunca supo amar a Luis y un día decidió suicidarse en un coche con Mario, planear morir de amor con el padre de Luis no era suficientemente bello como no lo era comerse la húmeda entrepierna de la madre de Luis todos los fines de semana o las pistas en el suelo de la sangre seca de la entrepierna poco a poco en la cocina de la casa de Luis o arder con Mario mientras hacían el amor y lloraban juntos locos perdidos hasta ofrecer una hermosa luz una hermosa explosión bien grande a cámara lenta que dejara ciegos para siempre a todos los demás.
Para no desaparecer dentro de sí mismo y existir
- Etiquetado
- Literatura
- Miguel Pérez
- Narrativa
Publicado por Miguel Pérez
Miguel Pérez (Málaga, 1976) tiene su primer contacto con la música en la Banda Juvenil de Música de los Colegios Miraflores y Gibraljaire de Málaga, su ciudad natal, en cuyo conservatorio superior se gradúa posteriormente como Profesor de Solfeo, Teoría de la Música, Transposición y Acompañamiento, y Profesor Superior de Tuba. Desde 1990 compone en muy diferentes formatos que publica y estrena por todo el mundo, escribiendo música para radio, televisión, cine, y toda clase de espectáculos. Con Miguel Pérez Consort graba en 1999 Deus Meus, su primer lanzamiento discográfico, al que le seguirá un celebrado monográfico con sus composiciones dedicadas a la Semana Santa de Málaga que graba la Banda Municipal de Música de Málaga en el año 2006. Entre 2010 y 2020 escribe numerosa música para piano que culmina con el disco Treinta Años Escribiendo Música (2020), en el que Miguel Pérez vuelve a grabar una selección de su obra para piano. Afincado en Canarias desde 2007, y después de treinta años dedicados plenamente a la composición e interpretación musical en su sentido más personal, actualmente invierte su tiempo exclusivamente a la labor docente que desempeña como Jefe del Departamento de Música del IES Santo Tomás de Aquino en la isla de Fuerteventura. En los ratos que le sobra, escribe la música que le viene en gana, música que comparte con sus seguidores en Spotify y demás plataformas musicales en la red. Más en https://miguelperez.es/ Ver todas las entradas de Miguel Pérez