A Mario le pilló la pandemia tocando el piano en Fuerteventura. Y pese a que confinaron al país entero, los españoles seguían saltándose a la torera las normas. Mario imaginaba cómo sería una pandemia de esas características pero sin internet ni redes sociales, la picaresca habría sido aún más dantesca y calmar los contagios habría sido mucho más lento. Mario tiembla un poco porque le produce pánico que diez años atrás él ya hablaba de la multiplicación de las crisis en articulillos que escribía en una revista que le permitía expresarse libremente. Y es que no todo está hecho para los protocolos, a las pruebas me remito. Ahora Mario está veraneando en Málaga, con mascarilla y aire acondicionado. Mario ya no cree en las musas, actualmente ser de un sexo u otro determina tus actos denunciables y el juego del amor se ha convertido en un mísero contrabando de faltas de respeto gratuitas por lo que ahora la musa de Mario es él mismo, escapar como se pueda en esta extraña sociedad aparentemente viva y libre que le ha tocado. Comprueba con tristeza que para la mayoría el arte si no es negocio no es arte, sin likes dejas de existir hayas hecho lo que hayas hecho en el pasado, nada tiene valor si no es ya. Se impone la buena educación de los aptos para el poder como si de un certificado extra imprescindible para pasar el control de seguridad y ser válido. De los no aptos ni hablo. Más que nunca Mario se siente inservible para una sociedad que sólo aspira a entretenerse con lo que sea gratis y sencillo. Y sí, curiosamente profundizar en nosotros mismos y llegar a nuestra verdad debiera ser la primera gratuidad que nos entretuviera, pero no, complejidades y sensibilidades no están de moda. Y ni explotar dentro del sistema hace despertar a la sociedad en este sueño eterno, en esta pesadilla que nos ha tocado en forma de pandemia, y que ni por esas, nos despierta.
