El salón número quince

Mario estaba desgastado. Comprobar en el monitor de turno día tras día año tras año que la humanidad se había entregado sin remedio a la gran fiesta masturbatoria que eran a tiempo real las redes sociales y demás artilugios virtuales, le descubría la cruda realidad que desde siempre se había cocinado a su alrededor a fuego lento, cómo unos y otros, unas y otras, y demás giros combinatorios, eran capaces de ejemplificar en un infinito concurso online de ingenios el tamaño de sus egos, a ver quién lo tenía más grande, a ver quién lubricaba mejor. Todo esto, mientras Gladys meneaba graciosamente el culo por el salón número quince.

(muy pronto las memorias de Mario y Gladys en papel)

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