La mirada azul del alma de Nadine

Más de veinte años después, Nadine compra unos billetes de avión para no viajar jamás a Fuerteventura. Nadine necesita que Mario desde su isla le tape los ojos y le haga ver el amor despacio con sus sonidos de piano, lentos, suaves, eternos, desordenados para siempre. Nadine es la eterna señorita Julia de Mario, que se ha confundido mil veces con unas y otras, buscando quizá sostener su vida y que no se cayera demasiado a lo largo de los años, de isla en isla, de boca en boca… pero ellos estaban unidos desde mucho antes que ambos inventaran el amor, desde mucho antes del Oporto en la Plaza de la Merced, desde antes de estar separados y al mismo tiempo unidos para siempre. Han pasado más de veinte años, y en mitad de la primavera que acaba de comenzar Nadine confiesa a Mario que quiere aprender a tocar el violoncello, que siempre quiso ser sonido de violoncello en realidad, el sonido quizá de violoncello que Mario ha decidido para su próximo disco, que sólo tendrá sonidos de violoncello, lentos, suaves, eternos, desordenados para siempre. Quizá un estudio previo a la ópera sobre poemas de Baudelaire que de jóvenes Nadine y Mario inventaban sin saberlo, cuando aún no había ni facebook ni whatsapp, ni siquiera móviles, y que aún así ya construían con el amor verdadero y confuso de juventud, la ópera de sus vidas, los besos más sinceros. Han pasado más de veinte años, el Oporto se ha convertido en Martin Miller, y Nadine ha sido madre varias veces. Y Mario continúa inventando a Nadine con su música, y Nadine sigue asistiendo a los pocos conciertos que Mario ofrece buscando a Nadine entre las teclas, porque Mario no hace cualquier música, lo sabe,  y no se ofrece fácilmente. Ahora que han acabado de almorzar Nadine propone pasear bajo el sol a Mario, que acepta el reto en mitad de la primavera en mitad del medio día. Destino: el piano del Hotel Miramar. Y Mario empieza a sudar y a perder fuerza. Y Nadine empieza a reír, a deshacerse de ropa, y a preguntar a Mario si ya ha empezado a odiarla un poquito. Nadine no sabe que Mario no sabe odiarla, que Mario no sabe odiar. Y Mario para para comprar una botella de agua que le oxigene las ideas. Y llegan al hotel y la directora decide que no es el momento de escuchar sonidos de piano. Y Mario se indigna y extrapola ese momento de dirección a toda la humanidad y a su historia. Mario se siente desdichado, y Nadine decide calmarlo con un Martin Miller, un cuaderno con dibujos de Málaga, y un caleidoscopio envuelto en Kandinskis, y ambos se sinceran. Han pasado más de veinte años. Los kilómetros siguen entre Nadine y Mario, siempre ha sido así, pero Mario y Nadine están más unidos cada vez más, a cada kilómetro que les separa más los acerca, a cada año que les pasa sus miradas se entrelazan y se confunden cada vez más en cada encuentro, no lo saben y ya se funden sus almas en una sola. Y es quizá la mirada azul del alma de Nadine que quiere que Mario sueñe vendar en su isla para hacerle el amor sin tiempo, lento, suave, eterno, para siempre…

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