Principio y fin

Mario está cansado otra vez, siente los continuos golpes de calor en el día, los de frío por la noche. Comprende una vez más que ya el tiempo se está acabando nuevamente en la isla eterna. Se acaba el curso de nuevo, como empezará otro, siempre es así. Como el amor, el tiempo es finito cada año para Mario, que acaba lo que vive en un constante principio y fin infinito, como improvisando en su piano, como improvisando en su corazón, que más que un corazón se ha convertido en un estómago que traga ahora otros corazones, cada vez más deprisa, una lavadora diabólica que elimina los desencantos y devuelve los colores vivos a quienes los necesitan para vivir. Mario rellena actas en blanco y negro en la orilla silenciosa del atardecer, bebe un último trago de Martin Miller, y siente nuevamente que se sale del margen poco a poco. Y siente y dibuja poco a poco pentagramas en aquellas páginas oficiales vacías cada vez más. Mario comienza de nuevo a escribir notas, a tenderlas en el pentagrama, a vomitar en forma de música a golpes de martillo en el piano de aquel chiringuito aquella tarde, donde los colores del cielo que lo envolvieron para siempre hicieron una vez más el amor hasta el anochecer.

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