
Anoche, en el Auditorio de Tenerife, asistí a una de esas experiencias que dejan huella: la Yerma de Heitor Villa-Lobos, una ópera monumental que viste con música los versos inmortales de Federico García Lorca.
Una obra intensa, simbólica y desgarradora, donde la palabra y la melodía se entrelazan hasta doler de belleza.
Tras la función, el cóctel posterior fue un remanso de emoción compartida. Tuve la suerte de abrazar a mi querida amiga Berna Perles, protagonista absoluta de la noche, y felicitarla por una interpretación sencillamente sublime.
Su Yerma no solo se cantó: se encarnó.
Fue carne, fuego y ternura.
Una voz que hizo temblar el aire y que convirtió la poesía de Lorca en verdad viva.









