A Leu le gusta tener las nubes bien ordenadas. Con la densidad justa y el hueco justo para que la luz del sol sea la adecuada, a Leu le pone de los nervios cuando las nubes quieren extenderse por el cielo a sus anchas, cosa que ocurre muy a menudo. Así es la naturaleza, que ni comprende, ni puede comprender aunque lo quisiera, la naturaleza misma, se entiende. Y como se ha puesto a llover, y el sol ha decidido no salir para no mojarse con tal temporal, Leu ha decidido coger el coche -le encanta conducir y mezclar el paisaje lluvioso con la música que suena en su equipo de sonido, de piano o de Marwan- y aparcar por la Merced para tomar un agua tónica en el Road House –una o dos- y brindar una vez más con Sergio por tener que conformarse con los caprichos de la naturaleza, y comprender una vez más que hay que templarse salga el sol por Antequera o por donde quiera. Comenzaba Leu a mojarse los labios con el primer sorbo de tónica cuando dos jóvenes alumnas repetidoras del instituto donde Leu enseña sicología cuántica tres días a la semana han entrado en escena y han decidido iniciar un morreo infinito en la barra del Road House, amarse hasta donde se pueda públicamente, casi rozar el límite de sus almas mismas al son del swing más clásico que suena a toda mecha en el Road House esta vez, esta vez con el ruido necesario que, mezclado con los cubitos de hielo que ambas casi mujeres pasan de una boca a otra hasta derretirlos con el calor del amor y el sonido del saxo provoca una terribe excitación improvisada y sin aviso a toda la clientela, que a la vez disimula ese pequeño espectáculo que está ocurriendo entre esas dos bocas que se apoyan la una a la otra desordenadamente intentando encontrar un equilibrio imposible, pintando caprichosamente –como ocurre con las nubes de Leu- en ambas expresiones con pintalabios rojo el brillo cada vez más húmedo en sus miradas, que no pueden evitar la sinceridad extrema e ir a los baños que queden libres a acabar lo que el oporto en vasos de plástico había empezado. Mario lo está viendo todo desde una esquina, la explosión de Sergio, la excitación de Leu saboreando su tónica a escondidas aprovechando que está lloviendo y sin poder salir del bar… la excusa perfecta en realidad para pedir otra tónica a Sergio, esta vez con un chorreón generoso de Martin Miller, y dejar de calcular el tamaño de las nubes por unas cuantas horas más, disfrutar de las gotas de lluvia dentro y fuera.
Categoría: Uncategorized
Un idioma de piano y esperanza
A Mario le gustaba empezar el día paseando por la Playa de La Malagueta, y desde allí, contemplar un día tras otro que, pasara lo que pasara, el sol siempre saldría puntual. El paseo acababa siempre en La Chancla, donde Mario se zampaba un suculento desayuno serrano para recuperar fuerzas. A Mario le gustaba escuchar el sonido de la guitarra clásica que interpretaba un joven que, con sus partituras, disimulaba su trabajo de amenizador matutino en La Chancla con el atuendo y pose de joven estudiante sumiso de conservatorio que busca la inspiración en el mar, ese sonido poético que mezclado con los sonidos de la guitarra española eran un ingrediente más en el desayuno magnífico de los días de verano de Mario todas las mañanas de los meses de julio y agosto en Málaga. Mientras el sol calentaba las ideas y engrasaba el pensamiento con la fruta troceada y el pan de cereales con jamón serrano tomate y aceite que le servía una joven muy simpática, Mario comprendía día tras día la gran suerte que tenía de conservar a sus padres, ese hilito de música fundamental y sincera que traduciría Mario para siempre en sus discos a un idioma de piano y esperanza.
Ralentizar lo evidente
Aprovechaba Mario que todo se deshacía a su alrededor armoniosamente para escapar de tanto entusiasmo y esconderse en aquella prisa que ahogaba a todos siempre por las mismas fechas, ralentizar lo evidente, mojarse los pies en la orilla, una extraña calma desordenada que invade y busca a Mario como siempre antes de meterse en el estudio a grabar el sonido de su revolución personal, a encontrarse con sus melodías y acordes calmados que le recuerdan al amor y al desamor, a los juegos de juventud en San Juan sin más pretensión que eso mismo, el deseo de jugar como niños, de improvisar como cuando te conoció Mario, como cuando Mario te robó aquel beso que todavía hoy se cuela en los semitonos blancos y negros del piano en el que Mario te busca desde siempre, como cuando llueve en los recuerdos y las nubes se dibujan nítidas en los charcos de lluvia, en tus ojos, en tu pecho…
Silencio absoluto
Mecanismos
Dibujo interior
Método
A veces
A veces Mario llegaba tarde, y no por falta de tiempo sino de oportunidad. Se mandaba postales desde cualquier lugar adonde viajaba, justo antes de coger el avión de regreso a Málaga, tenía la memoria desordenada temporal y espacialmente, y cantaba bajo la ducha óperas improvisadas, su pequeño intento creativo de no ser olvidado por Antonia, a la que como ya había viajado por todo el mundo, sólo le pudo mandar una postal de su alma en esos momentos. Perdía todos los concursos literarios a los que se presentaba Mario, siempre con la misma novela, y los viernes, después de los Martin Miller en El Mirador, cenaba en un restaurante griego que le traía muy buenos recuerdos. A veces los sábados -si no había preparado su famosa paella de los sábados- acababa en un vegetariano también cerca de la Plaza de la Merced, cuando sentía la necesidad de tocar en el precioso piano blanco que había en la entrada sus últimos bocetos para el próximo disco que grabaría. También confundía Vascongadas con Covadonga, y los domingos por la tarde se reunía para ver películas y fumar y comer chocolate, si es que la ocasión lo merecía. Luego tomaba un chupito de oporto y se marchaba sin despedirse totalmente. A Mario nunca le gustaron las despedidas, y mucho menos desde Fuerteventura.
Amarillismo
Prometido. Me debes un Oporto. Un beso desde la cola de facturación.
Crucifixión
El día que tenga que explicar mi música lo habré perdido todo.